Las polaridades son un aspecto que se trabaja comúnmente en psicoterapia Gestalt. Una de esas polaridades, quizás la más frecuente, es la lucha encarnada entre el perro de arriba y el perro de abajo. Se puede observar esta dualidad de dos formas: en cuanto me relaciono con el otro desde una posición u otra o en cuanto me relaciono conmigo mismo desde una posición u otra.
Esta lucha entre el perro de arriba y el perro de abajo en mis interacciones sociales es una lucha por el poder, fácilmente observable en la vida diaria: ante un cliente exigente en un restaurante que critica y acusa al mesero de tener un pobre desempeño, el mesero retrasa el servicio o comete errores, lo cual llevan al cliente a desesperarse; un jefe en una oficina le ordena a su empleado que realice unas facturas fuera de su horario de trabajo, el empleado acepta la orden pero al final no la lleva a cabo, argumentando que “ha tenido mucho que hacer”.
El perro de arriba se manifiesta en la persona como un mandón que le exige al otro hacer un mayor esfuerzo, que lo trata de controlar, que impone sus reglas, como en los dos ejemplos anteriores. El perro de abajo también trata de controlar, pero de manera indirecta, saboteando el intento de dominio y control del perro de arriba, en los ejemplos anteriores tanto el mesero como el empleado “pasivamente” pelean contra las órdenes recibidas.
A pesar de que ambos luchan estéril e interminablemente por tener el control, siempre llegan a un empate, por lo que la lucha entre el “amo frustrado” y el “esclavo saboteador” nunca se resuelve, no hay un ganador. En realidad, ambos pierden: el mandón no obtiene lo que quiere y el saboteador no hace bien su trabajo, por lo que no puede desarrollarse.
En la interacción intrapersonal, el así llamado perro de arriba es la parte “superior” de la persona, que manda, que controla de manera directa mediante la frase “tu debes”, abrumando, sermoneando, imponiendo sus propias a sí mismo. Es un opresor que intimida y que toma el papel de predicador, padre o maestro.[1] Claudio Naranjo (1990) lo llama “el monstruo de los debería”, que no permite ser lo que es, que compara, enjuicia y evalúa. Es el mandón que con su auto-acusación provoca angustia, culpa y vergüenza; es el personaje principal en el juego de la auto-tortura y el auto-mejoramiento. El perro de arriba exige al perro de abajo y le manda el mensaje de “esto no me basta, debes hacer un esfuerzo mayor”. El perro de arriba impone sus deseos sobre el perro de abajo, lo manipula, lo controla.[2]
Puedo identificar a mi perro de arriba en acción cuando siento que lo que hago en determinada situación “no es suficiente”, cuando me exijo y me acuso de “ser un flojo”, de “estar perdiendo el tiempo”, cuando me torturo con la culpa de lo que hice o dejé de hacer, cuando comparo mi desempeño en el trabajo con el de mis compañeros, cuando me enjuicio por “no ser perfecto” y cuando en mi evaluación sólo tomo en cuenta mis actitudes negativas o equivocadas e ignoro mis bondades.
Por su parte, el perro de abajo es la parte “inferior” de la persona que se resiste, que dice “no quiero” o “no puedo”. Trata de controlar de manera indirecta, por medio de la pasividad, sabotea, olvida, “se esfuerza mucho” y fracasa. Experimenta desamparo y representa a la víctima. Aplaza todo, se confunde y no se compromete. Sus caracterizaciones son de “pobre de mí”, el niño, el estúpido, la virgen, el inválido.[3] En este sentido, el perro de abajo representa algunas características del “no yo” o “pseudo yo”: actitud saboteadora al organismo, repetición de la cadena generacional neurótica, actitud manipuladora y tendencia a la victimización.[4]
El trabajo terapéutico con el perro de arriba y el perro de abajo consiste primordialmente en establecer un diálogo entre los dos, por medio de un trabajo de sillas, con el propósito de que se establezca una negociación y un acuerdo entre ellos. De esta forma el perro de arriba puede ser asimilado por la persona como parte integrante de su personalidad. “Sería algo simplista decir que el mandón es algo que hay que eliminar por ser disfuncional”[5] Por su parte, al lograr que tanto uno como otro “cedan” ante la negociación, el perro de abajo ya no necesitará sabotear al perro de arriba y por supuesto a la persona misma, de quien forma parte. Al dialogar, ambas partes de la personalidad llegan a un acuerdo del tipo gana-gana, en el que cada una obtiene lo que desea, por lo que dejan de luchar estérilmente.
Otra forma de trabajar con esta polaridad es el constante “hacer ver al paciente cómo se auto-acusa, se auto-tortura, se demanda, se enjuicia duramente y se autoerige”. Por supuesto, en este sentido, el trabajo con los introyectos adquiere una gran relevancia.
Como terapeuta, es importante cuidarse de no caer en jugar el papel del perro de arriba en la relación con el paciente, ya que seguramente, el paciente entonces tomará su papel de perro de abajo, frustrando cualquier posibilidad de avance personal. Algunas de las formas en que puedo jugar el papel de perro de arriba en la relación terapéutica son: imponiendo al paciente mi propia forma de pensar o mis soluciones; teniendo una actitud “perseguidora” con tal de que el paciente “avance” en su proceso; resaltando únicamente las actitudes y rasgos “negativos” del paciente y utilizando la relación terapéutica para satisfacer objetivos meramente personales.
Por otra parte, como terapeuta también sé que puedo jugar el papel de perro de abajo: al no comprometerme, al manipular al paciente pasivamente, al no imponer límites claros y al sabotear la terapia (por ejemplo, retrasando continuamente el comienzo de ésta, cambiando las fechas y horarios frecuentemente o no estudiando el caso de mis pacientes).
Para no jugar ninguno de los dos papeles me es necesario hacer una continua auto-observación y desarrollar mi auto-conciencia, todo ello sin auto-exigencia. Sólo así podré tener un mejor contacto con la persona que tengo frente a mí, del cual surgirá el crecimiento inherente a la relación terapéutica.
[1] Baumgardner, P. (1994). Terapia Gestalt. Pax: México.
[2] Naranjo, C. (1990). La Vieja y Novísima Gestalt. Cuatro Vientos: Chile. pp. 66-69
[3] Baumgardner
[4] Salama, H. (2002). Psicoterapia Gestalt. Proceso y Metodología. Alfaomega: México. pp. 51-55
[5] Naranjo, pp. 72-73
5 comentarios:
esto es lo mejor que he leido en mucho tiempo. muchas gracias!
Muchas gracias, comienzo a estudiar terapia Gestalt y hay términos desconocido y poco claros para mi. Ahora estoy muy clara.
Saludos
coincido y confirmo la teoria gracias
osea que hay que integrar a ambos?
excelente publicacion
Publicar un comentario