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miércoles, 16 de abril de 2008

El Fondo y la Figura

El fondo es el “paisaje”, el segundo plano contra el cual surge una figura, y sin el cual la figura no adquiere todo su sentido o significado (Ginger, 1995). Por lo tanto, el fondo y la figura son dos partes integrantes de una unidad. Joslyn (en Stevens, 1978:267) llama mi atención hacia el hecho de que los seres humanos “tendemos a concebir el fondo como distinto de nosotros mismos, como algo desconocido, inalcanzable, ajeno, inanimado, sin significación o, incluso, muerto”. Al contrario de cómo lo hacen en oriente, en occidente no vivenciamos lo que nos rodea como parte integrante de nosotros.

Los seres humanos estamos en contacto con objetos, personas, otros seres animados y espacios de los cuales formamos parte. Es decir, somos uno solo y no hay división entre yo y lo que me rodea; somos parte de lo mismo. Es sólo cuando me percibo como “separado” de partes del mundo, que necesito “tener” o “hacer mías” esas partes que no percibo como integrantes de mí. Este es el caso cuando proyecto al exterior (en personas o cosas) aquello que no puedo concebir o percibir como partes mías y que pueden ser cualidades positivas o negativas (Joslyn, en Stevens, 1978).

En terapia Gestalt, constantemente hacemos referencia a “recuperar la proyección”, o a “llenar los huecos de la personalidad”, cosa que logramos al aplicar la técnica de “la silla vacía”, en la cual tomamos dos papeles alternativamente y de esa manera (sentándonos en cada una de las sillas) nos apropiamos de lo que hemos proyectado en el vacío (el fondo). Esta es una forma de probar que el fondo (lo proyectado en la silla vacía) y la figura (lo que no acepto en mí, quizás porque me molesta) son parte de mí mismo.

Ginger (1995) presenta un ejemplo de la importancia del fondo para la figura y la inseparabilidad de estos dos elementos: un grito en el patio de recreo no es lo mismo que un grito en la calle, en plena noche. Si bien es cierto que mi grito adquiere un significado diferente cuando lo emito en un contexto o en otro, también es cierto que el mismo grito requiere de ese contexto específico (cualquiera de los dos) para adquirir el sentido que yo mismo o alguien más le concede al grito; por lo tanto la figura se complementa con el fondo y viceversa.

En la terapia Gestalt trabajamos con figuras que emergen de un fondo, donde se encontraban indiferenciadas. Ahora bien, cuando éstas surgen a la conciencia, no surgen descontextualizadas o como si no tuvieran ningún contacto con el fondo; por el contrario, el fondo mismo es el que les da forma y significado, como en el caso de las dos caras que forman una copa, o la copa cuyos contornos forman dos caras. El trabajo terapéutico, entonces, consiste en hacer el trabajo de la figura, pero sin olvidar el fondo o contexto en el que surge. Así, por ejemplo, cuando aclaramos la figura, también trabajamos con el fondo: “¿En qué situaciones o contextos te sientes así? ¿Qué pasa en tu trabajo que tú adoptas esa actitud? ¿Cómo es tu familia?”

Cuando me pongo en contacto con mis sensaciones y pensamientos con el fin de encontrar una figura, comienzo por atender al fondo, revisando qué asuntos son prioritarios para mí en este momento. Al hacerlo, movilizo mi energía en busca de aquello que tiene mayor importancia para mí y que demanda mi atención.

En conclusión, el fondo y la figura interactúan constantemente y son complementarios, de igual manera que lo son todos los demás pares de opuestos, o polaridades. El trabajo que realizamos con las polaridades es el de un diálogo entre ellas; al final del trabajo, nos damos cuenta de que una “contiene” algo de la otra, de la misma forma en que lo masculino contiene una parte de femenino y lo femenino contiene una parte de masculino. Esta polaridad y complementariedad se representa por los puntos negro y blanco que se encuentran alternativamente en las gotas blanca y negra del ícono del ying y el yang.


En palabras de Ginger (1995), la figura es “una noción básica de la psicología de la Gestalt, retomada por la terapia Gestalt”, que se refiere a lo relevante para mí en este momento de mi vida. Esta figura “no adquiere todo su sentido si no es con relación al fondo, al segundo plano”, que puedo definir como el contexto que enmarca la figura.

Efectivamente, la figura emerge del fondo en el cual se encuentra indiferenciada. Para mí, el fondo es algo parecido al pre-consciente freudiano, en la cual tengo información que está disponible a mi conciencia y a la cual puedo acceder por medio de mis sueños, o bien, por medio de mi atención cuidadosa. Cuando me doy cuenta de una necesidad, la traigo a mi atención y puedo ver claramente qué es lo que necesito. Es sólo cuando permito que mi necesidad primordial del momento se fortalezca que puedo distinguir la figura (o Gestalt) y decidir darle cauce a mi necesidad apremiante o no hacerlo.

Con el fin de conocer eso que es importante para mí en este momento, me pongo en contacto con las sensaciones de mi cuerpo, las atiendo y las acompaño, incluso en ocasiones “hablo” con ellas, ya que es por medio de ellas que puedo definir mi necesidad. Cuando percibo una sensación o una necesidad, no puedo perderla de vista ya que es ésta un asunto inconcluso al que no le he dado cierre o bien la situación que no he terminado de trabajar y que continúa consumiendo mi energía. Cuando noto lo que es importante para mí, el resto de las sensaciones o necesidades pasan a formar parte del fondo y se pierden en él. De igual manera, una vez que satisfago mi necesidad, ésta se diluye en el fondo nuevamente y se integra al “paisaje” en el cual se encontraba en primera instancia.

Si bien “una figura tiende a completarse a sí misma” (Joslyn en Stevens, 1978), también es cierto que muchos de las situaciones que me planteo como problemas son en realidad figuras sin completar o necesidades interrumpidas que intento cerrar una y otra vez, ya que éstas surgen constantemente mientras no las haya completado.

Es la propia naturaleza (incompleta/interrumpida) de las figuras lo que las hace esenciales para el trabajo terapéutico. Una vez que he identificado una figura procedo a establecer contacto con mi necesidad emergente. Sin embargo, para poder llegar al pleno contacto con ella, en ocasiones me es necesario sortear algunos obstáculos entre los que se encuentran mis creencias, convicciones o suposiciones, por medio de las cuales me limito o evito obtener la anhelada satisfacción de mi necesidad. Como terapeuta necesito estar muy perceptivo a cualquier figura que pueda surgir en mi paciente y aclararla, por ejemplo, por medio de preguntas tales como: ¿cómo te sientes?, ¿dónde lo sientes?, ¿detállame lo que sientes?

Ahora bien, las figuras (gestalten incompletas) no me surgen sólo en mi papel de paciente, sino también de terapeuta. Cuando esto sucede, también la identifico, las aclaro, mas no siempre me es posible satisfacerla en ese momento, en cuyo caso simplemente “hablo con ella”, es decir, la valido y le doy su lugar, y la pospongo para otro momento más apropiado.

En las ocasiones en que efectivamente llevo a cabo el trabajo de la figura del paciente, es decir, el paciente ha logrado contactar con su necesidad, esa figura se vuelve a integrar al fondo del que surgió y el paciente se encuentra listo para el surgimiento de otra figura. Las figuras están constantemente surgiendo dado el carácter cambiante y adaptativo de nuestras vidas. Las figuras (Gestalten) aparecen con nuestro nacimiento y nos enfrentamos al último asunto incompleto al final de nuestras vidas, la muerte.

Polaridades

“La Gestalt busca la integración de las polaridades de todo comportamiento humano más que la eliminación de una en beneficio de otra, o la búsqueda ilusoria de un ‘injusto’ término medio, una pálida zona gris de embotados sentimientos contradictorios que castra la iniciativa y la creatividad” (Ginger, 1995).

Al igual que en la naturaleza, en mi vida existe una enorme cantidad de polos complementarios: soy tierno y soy agresivo; actúo desde mis aspectos masculinos y también lo hago desde mis aspectos femeninos; amo y odio. Estos polos son complementarios, es decir, un aspecto necesita del otro de la misma forma en que un pie necesita del otro para que yo pueda caminar armoniosamente. Tratar de eliminar uno me dejaría “cojo” y falto de armonía y facilidad para avanzar hacia adelante. De igual manera, si estoy parado y me he recargado demasiado sobre una de mis piernas, necesito apoyarme sobre la otra con tal de obtener el equilibrio que me comienza a faltar cuando siento la primera pierna adormecida y con falta de fuerza. Sería verdaderamente injusto que, teniendo dos piernas, yo reconociera la existencia y utilizara únicamente una de ellas.

Osho (1995) dice que “cuanto más te vayas hacia un polo, más fuerte surgirá el otro”. Y en verdad creo que es así: en la medida en que yo trato de “ser perfecto” y eliminar mis “faltas” mi “imperfección” cobra mayor fuerza; si trato de negar o ignorar mis sentimientos desagradables y me inclino hacia los agradables únicamente, entonces adquieren más fuerza los desagradables; cuando exalto vehementemente mi generosidad y niego mi egoísmo, este último surge con mayor intensidad y se ve reflejado en mi conducta. He aquí la importancia de darle su lugar y su justo valor a todos y cada uno de los aspectos que conforman mi personalidad. Reconocer la existencia e importancia que tiene cada uno de los rasgos de mi carácter es el primer paso hacia su integración en mí y hacia la creación de armonía en mi vida. Considero esencial disfrutar de estos aspectos complementarios, sin recriminarme por actuar de una u otra forma.

De acuerdo con Zinker (1977), los conflictos intra e interpersonal tienen lugar a causa del rechazo de una polaridad (oscura o luminosa) en mí mismo. Los vacíos de la personalidad a los que tanto se refiere Perls no son más que estos polos negados. Estos vacíos no existen en una persona saludable, quien dice sí a todos los componentes de su sí mismo, consciente de que es amistosa y la vez mezquina, soberbia y humilde, habilidosa y torpe a la vez.

En no pocas ocasiones encontramos que el paciente teme reconocer el polo negado: siente que si le permite existir al polo rechazado, repentinamente comenzará a actuar desde éste exclusivamente. Este temor está fundado en la obvia tendencia del paciente a ir de un extremo al otro, en vez de “simplemente” integrar ambos características de su personalidad.

En psicoterapia Gestalt, la identificación del polo que el paciente está rechazando se hace evidente por medio de la proyección: pongo fuera de mí aquello que no me gusta y que no acepto de mi personalidad, o bien, lo que me gusta pero que no reconozco en mí mismo. El trabajo clásico para la integración de polaridades es la técnica de la silla vacía, mediante la cual me re-apropio de mis rasgos proyectados en el otro, sean agradables a mí o no. Otra técnica sumamente útil es la de cambiar a primera persona del singular aquello que digo acerca de alguien más: si soy lo suficientemente honesto seguramente me daré cuenta de lo que en realidad es mío y estoy proyectando en otra persona.

Al final del trabajo con polaridades espero que el paciente identifique, reconozca, acepte y, si es posible, integre aquello que está fuera de su conciencia y que muy probablemente le esté provocando un conflicto interno o con los demás.

Perro de Arriba vs. Perro de Abajo

Las polaridades son un aspecto que se trabaja comúnmente en psicoterapia Gestalt. Una de esas polaridades, quizás la más frecuente, es la lucha encarnada entre el perro de arriba y el perro de abajo. Se puede observar esta dualidad de dos formas: en cuanto me relaciono con el otro desde una posición u otra o en cuanto me relaciono conmigo mismo desde una posición u otra.

Esta lucha entre el perro de arriba y el perro de abajo en mis interacciones sociales es una lucha por el poder, fácilmente observable en la vida diaria: ante un cliente exigente en un restaurante que critica y acusa al mesero de tener un pobre desempeño, el mesero retrasa el servicio o comete errores, lo cual llevan al cliente a desesperarse; un jefe en una oficina le ordena a su empleado que realice unas facturas fuera de su horario de trabajo, el empleado acepta la orden pero al final no la lleva a cabo, argumentando que “ha tenido mucho que hacer”.

El perro de arriba se manifiesta en la persona como un mandón que le exige al otro hacer un mayor esfuerzo, que lo trata de controlar, que impone sus reglas, como en los dos ejemplos anteriores. El perro de abajo también trata de controlar, pero de manera indirecta, saboteando el intento de dominio y control del perro de arriba, en los ejemplos anteriores tanto el mesero como el empleado “pasivamente” pelean contra las órdenes recibidas.

A pesar de que ambos luchan estéril e interminablemente por tener el control, siempre llegan a un empate, por lo que la lucha entre el “amo frustrado” y el “esclavo saboteador” nunca se resuelve, no hay un ganador. En realidad, ambos pierden: el mandón no obtiene lo que quiere y el saboteador no hace bien su trabajo, por lo que no puede desarrollarse.

En la interacción intrapersonal, el así llamado perro de arriba es la parte “superior” de la persona, que manda, que controla de manera directa mediante la frase “tu debes”, abrumando, sermoneando, imponiendo sus propias a sí mismo. Es un opresor que intimida y que toma el papel de predicador, padre o maestro.[1] Claudio Naranjo (1990) lo llama “el monstruo de los debería”, que no permite ser lo que es, que compara, enjuicia y evalúa. Es el mandón que con su auto-acusación provoca angustia, culpa y vergüenza; es el personaje principal en el juego de la auto-tortura y el auto-mejoramiento. El perro de arriba exige al perro de abajo y le manda el mensaje de “esto no me basta, debes hacer un esfuerzo mayor”. El perro de arriba impone sus deseos sobre el perro de abajo, lo manipula, lo controla.[2]

Puedo identificar a mi perro de arriba en acción cuando siento que lo que hago en determinada situación “no es suficiente”, cuando me exijo y me acuso de “ser un flojo”, de “estar perdiendo el tiempo”, cuando me torturo con la culpa de lo que hice o dejé de hacer, cuando comparo mi desempeño en el trabajo con el de mis compañeros, cuando me enjuicio por “no ser perfecto” y cuando en mi evaluación sólo tomo en cuenta mis actitudes negativas o equivocadas e ignoro mis bondades.

Por su parte, el perro de abajo es la parte “inferior” de la persona que se resiste, que dice “no quiero” o “no puedo”. Trata de controlar de manera indirecta, por medio de la pasividad, sabotea, olvida, “se esfuerza mucho” y fracasa. Experimenta desamparo y representa a la víctima. Aplaza todo, se confunde y no se compromete. Sus caracterizaciones son de “pobre de mí”, el niño, el estúpido, la virgen, el inválido.[3] En este sentido, el perro de abajo representa algunas características del “no yo” o “pseudo yo”: actitud saboteadora al organismo, repetición de la cadena generacional neurótica, actitud manipuladora y tendencia a la victimización.[4]

El trabajo terapéutico con el perro de arriba y el perro de abajo consiste primordialmente en establecer un diálogo entre los dos, por medio de un trabajo de sillas, con el propósito de que se establezca una negociación y un acuerdo entre ellos. De esta forma el perro de arriba puede ser asimilado por la persona como parte integrante de su personalidad. “Sería algo simplista decir que el mandón es algo que hay que eliminar por ser disfuncional”[5] Por su parte, al lograr que tanto uno como otro “cedan” ante la negociación, el perro de abajo ya no necesitará sabotear al perro de arriba y por supuesto a la persona misma, de quien forma parte. Al dialogar, ambas partes de la personalidad llegan a un acuerdo del tipo gana-gana, en el que cada una obtiene lo que desea, por lo que dejan de luchar estérilmente.

Otra forma de trabajar con esta polaridad es el constante “hacer ver al paciente cómo se auto-acusa, se auto-tortura, se demanda, se enjuicia duramente y se autoerige”. Por supuesto, en este sentido, el trabajo con los introyectos adquiere una gran relevancia.

Como terapeuta, es importante cuidarse de no caer en jugar el papel del perro de arriba en la relación con el paciente, ya que seguramente, el paciente entonces tomará su papel de perro de abajo, frustrando cualquier posibilidad de avance personal. Algunas de las formas en que puedo jugar el papel de perro de arriba en la relación terapéutica son: imponiendo al paciente mi propia forma de pensar o mis soluciones; teniendo una actitud “perseguidora” con tal de que el paciente “avance” en su proceso; resaltando únicamente las actitudes y rasgos “negativos” del paciente y utilizando la relación terapéutica para satisfacer objetivos meramente personales.

Por otra parte, como terapeuta también sé que puedo jugar el papel de perro de abajo: al no comprometerme, al manipular al paciente pasivamente, al no imponer límites claros y al sabotear la terapia (por ejemplo, retrasando continuamente el comienzo de ésta, cambiando las fechas y horarios frecuentemente o no estudiando el caso de mis pacientes).

Para no jugar ninguno de los dos papeles me es necesario hacer una continua auto-observación y desarrollar mi auto-conciencia, todo ello sin auto-exigencia. Sólo así podré tener un mejor contacto con la persona que tengo frente a mí, del cual surgirá el crecimiento inherente a la relación terapéutica.



[1] Baumgardner, P. (1994). Terapia Gestalt. Pax: México.
[2] Naranjo, C. (1990). La Vieja y Novísima Gestalt. Cuatro Vientos: Chile. pp. 66-69
[3] Baumgardner
[4] Salama, H. (2002). Psicoterapia Gestalt. Proceso y Metodología. Alfaomega: México. pp. 51-55
[5] Naranjo, pp. 72-73

El Darse Cuenta

“El darse cuenta es una forma de vivenciar. Es el proceso de estar en contacto alerta con la situación más importante en el campo ambiente/individuo, con un total apoyo sensorio-motor, emocional, cognitivo y energético” [1] Estas son las palabras de Yonteff con respecto al darse cuenta, pero esta toma de conciencia no es sólo una forma de saber qué estoy haciendo ahora, sino también cómo lo estoy haciendo. Cuando “me doy cuenta” amplío mi percepción, sé lo que está pasando sin que nadie me lo diga.[2]

Al contrario de lo que sucede en las así llamadas “terapias verbales”, en la terapia Gestalt no sólo reconocemos nuestra situación presente verbalmente, sino que la vemos, la conocemos, la sentimos, reaccionamos ante ella, contactamos plenamente con ella. “La persona que se da cuenta, sabe qué hace, cómo lo hace, sabe que tiene alternativas y elige ser como es”[3].

Mi darme cuenta es cognitivo, sensorial y afectivo. Su naturaleza cognitiva está ligada a mi actividad mental que “abarca más allá de lo que ocurre en mi presente”[4] e involucra el imaginar, explicar, planificar, adivinar, recordar el pasado, anticipar el futuro, en fin, recurrir al mundo de la fantasía. Su naturaleza sensorial está ligada a mi contacto sensorial y actual con objetos y eventos en el presente: el darme cuenta del mundo exterior. Su naturaleza afectiva está relacionada con el contacto de mi realidad interna, de mi vivencia presente, totalmente individual, y de la experimentación verdadera de mis emociones. Mi darme cuenta más importante es saber que soy único e irrepetible.

Mi darme cuenta obtiene su energía de mi necesidad apremiante del momento. Negar mi situación, necesidad o mis deseos es alterar mi darme cuenta. Por el contrario, estar en contacto total con mi situación, es decir, conocer mi control sobre ella, mis opciones con respecto a ella y la responsabilidad de mi conducta y sentimientos es respetar mi circunstancia y mi darme cuenta. Mi darme cuenta está siempre aquí y ahora. “El pasado existe ahora como recuerdo, lamento, tensión corporal. El futuro no existe excepto ahora como fantasías, esperanzas”[5] Mi darme cuenta es el contacto, es la formación de una Gestalt. Cuando me doy cuenta descubro medios y modos por los cuales puedo crecer y desarrollar mi propio potencial y arreglar las dificultades en mi vida. Por medio de mi darme cuenta aprendo y crezco para dejar de insistir en ser quien no soy y convertirme en quien realmente soy.

En terapia Gestalt promovemos el darse cuenta por medio de ejercicios o experimentos. Acompañamos e invitamos al paciente a que descubra por su propia experiencia su condición actual, su forma de actuar en la situación que nos plantea, sus actitudes, sus sentimientos reales y las formas en que elude la experiencia directa de todos ellos. A partir de que surge el darse cuenta en el paciente, podemos continuar hacia un trabajo terapéutico más completo y profundo, mediante el que el paciente tendrá que enfrentar su responsabilidad, la toma de sus propias decisiones, o bien, la explosión de emociones como ira, tristeza o alegría.

En cualquier caso, el resultado que trae consigo el darse cuenta brinda un beneficio a nuestro paciente, quien tiene ahora suficiente información para utilizar todo su potencial –cognitivo, sensorial y afectivo– en la actividad más gratificante que hay: vivir.




[1] Yontef, G. (1995). Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestáltica. Cuatro Vientos: Chile.
[2] Baumgardner, P. (1994). Terapia Gestalt. Pax: México.
[3] Yontef,
[4] Stevens, J. (1976). El Darse Cuenta. Cuatro Vientos: México.
[5] Yontef, G.

Aquí y Ahora



De buena gana toma los regalos de la hora presente
y deja de lado los pensamientos molestos.
Séneca


En una terapia fenomenológica como lo es la Gestalt, el aquí y ahora adquiere una gran importancia: es en el ahora que tiene lugar el darse cuenta actual del paciente. Es por eso que comienzo algunas sesiones de terapia de grupo con una revisión de lo que “en este momento” experimentan los participantes. “¿Cómo están?”, es mi pregunta, como facilitador, a lo que le siguen respuestas del tipo: “Me siento tranquilo”, “A mí me duele la cabeza”, “Yo estoy confundido”, entre otras. Desde el inicio de la sesión insisto en “regresar” constantemente al aquí y ahora, ya que en terapia Gestalt, lo que importa es la vivencia presente, la experiencia directa, el sentimiento del momento. Esta intervención ya es terapéutica en sí misma.[1]

Así, a lo largo de toda la sesión, pongo plena atención a las formas en que el paciente se aleja de su experiencia presente, evadiendo algún sentimiento, pensamiento o alguna acción. Me aseguro una y otra vez que el paciente retorne a vivenciar lo que intenta eludir. Utilizo diversas técnicas: le pido al paciente que narre la situación que ya vivió en presente como si la estuviera viviendo ahora, para lo cual le pido que cierre lo ojos y se conecte con su vivencia; lo mismo puedo hacer con respecto a las fantasías imaginadas por el paciente con respecto al futuro; evito que el paciente hable “acerca de” una persona y promuevo su confrontación mediante la fantasía en el consultorio; si en un grupo alguno de los participantes tiene un sentimiento hacia otro, le pido que le exprese directamente cómo se siente; en la primera sesión de terapia individual, al iniciar o al finalizar, me gusta preguntarle al paciente cómo se siente con respecto a mí y con respecto al consultorio; cuando describo fenomenológicamente el lenguaje corporal de mi paciente, también lo estoy centrando en el presente; mediante el psicodrama traigo al presente un sueño que tuvo o una situación que vivió mi paciente; le pido al paciente que ponga atención a aquello que entra en su campo presente de atención y lo exprese, con lo que generalmente logra darse cuenta de alguna incomodidad, idea o una acción tendiente a evitar su experiencia presente; en otras ocasiones, simplemente le comunico verbalmente que se está alejando del presente.

Dentro del manejo del grupo prescribo el “centrarse en el presente” y establezco una de las reglas primordiales del funcionamiento del grupo: “hablo en presente y en primera persona, y le hablo directamente a la persona a la que quiero comunicarle algo”. Al centrarme en el presente me responsabilizo de mis pensamientos, sentimientos y acciones, y los experimento en toda su plenitud.[2]

El estar aquí y ahora es un objetivo inmediato en la terapia Gestalt, puesto que sólo lo que experimento en este momento con respecto al pasado, presente o futuro es real. Sólo la tensión que siento en mi estómago en este momento es real; sólo el miedo que experimento con respecto a una futura entrevista de trabajo es real; sólo la forma en que me estoy relacionando con el terapeuta o el paciente en este momento es real. En terapia Gestalt trabajo únicamente con lo real, lo tangible, lo obvio, lo perceptible. En el aquí y ahora decido hacer un cambio con respecto a mi actuar, pensar o sentir. Además, el estar aquí y ahora es un objetivo mediato en la terapia Gestalt: en la medida en que, como paciente, me encuentro constantemente en el presente, aprendo una nueva forma de “estar en el mundo”.

Al “centrarme en el presente” me permito vivenciar en lugar de manipular, me permito “estar abierto a la experiencia y aceptarla en lugar de detenerme y ponerme a la defensiva ante las posibilidades que se me presentan”. Cuando me rindo ante el presente, acepto que “las cosas, en este momento, son de la única manera que pueden ser”. Cuando acepto mi experiencia presente no necesito emitir juicios, y dejo de hacerlo: todo está bien, nada es bueno ni malo, simplemente es. Si, en mi papel de terapeuta, dejo que las cosas sucedan, que sean, si “estoy disponible”, “no me entrometo”, “no empujo el río, porque fluye por sí mismo”, simplemente espero a que el paciente produzca alguna conducta que yo pueda aprovechar para el trabajo terapéutico, sin presionar, en contacto con él.

Al vivir conscientemente en el presente, no me preocupo por el mañana, ya que “el día de mañana habrá tiempo para preocuparse”; no actúo con base en mis fantasías catastróficas y sí confío plenamente en que “el mundo es un lugar bueno”, en que la vida, el universo me dará lo que necesito. Cuando me rindo ante el presente, retorno a mi inocencia y recupero mi confianza básica en la vida.[3]


[1] Yontef, G. (1995). Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestáltica. Cuatro Vientos: Chile.

[2] Naranjo, C. (1990). La Vieja y Novísima Gestalt. Cuatro Vientos: Chile.

[3] Naranjo, C. (1990). La Vieja y Novísima Gestalt. Cuatro Vientos: Chile.

Paradojas y Doble Vínculo en Psicoterapia


Una paradoja es una verdad que parece una mentira.
Jorge Luis Borges


¿Qué es una paradoja?

El término paradoja proviene de la palabra latina “paradoxus”, que a su vez proviene de la palabra “padasofos”, y significa “directamente contrario a la opinión que sobre un tema se tiene” o “conocimiento que se opone al sentido común”. (Castellá 2001:9). Y, efectivamente, al encontrarnos frente a una paradoja, ésta nos confunde de inicio, ya que viene a romper con la idea generalizada que tenemos acerca de ese tema; de entrada nos choca y desafía nuestra razón, y quizás la primera sensación que experimentamos sea de rechazo e incredulidad. Sin embargo, a la vez nos seduce, nos llena de asombro, nos deja perplejos, nos deslumbra y se mantiene presente revoloteando en nuestra cabeza, hasta el momento en que finalmente admitimos la gran verdad que la paradoja encierra.

Es por esta fuerza reveladora de la verdad que los grandes maestros espirituales (como los budistas por medio de los koans[1]), los chamanes y los grandes sabios han utilizado las paradojas a través de los siglos para transmitir mensajes, enseñanzas y para que sirvan de guía a las personas hacia la solución de algún conflicto o dilema. Una de las grandes paradojas de todos los tiempos se le debe a Sócrates al reconocer el conocimiento de la carencia de todo conocimiento: “Yo sólo sé que no sé nada”.


Paradojas en la vida diaria

Pero las paradojas también aparecen en referencia a nuestra vida cotidiana, y están allí para recordarnos grandes verdades. Una paradoja que alude al placer como medio y no como fin es la siguiente: “Cuando se vive para sentir placer no se siente el placer de vivir; mientras que, cuando el placer resulta de la vida, vivir resulta un placer”. Otra paradoja, que afirma que el amor a lo material también tiene algo de espiritual, versa: “Para crecer espiritualmente, también es necesario amar lo material”. Una paradoja de la vida actual es de acuerdo con Lowen (1994: 16-17) que realizamos actividades serias como el beber alcohol, el tener sexo o el consumo de drogas, actuando como si lo hiciéramos por diversión, y que a la vez intentamos transformar los asuntos serios de la vida, como el trabajo y mantener una familia, en diversiones. Watzlawick (1984), en El Arte de Amargarse la Vida, nos previene acerca del efecto paradójico que tiene el forzar algo: “Intentar provocar una erección o un orgasmo mediante el empeño de la voluntad hace precisamente que sea imposible lo que se intenta”.

Muchos de nosotros hemos estado en contacto con paradojas, las hemos escuchado, las hemos utilizado. Tomemos por ejemplo el cliché tan difundido de que “la belleza es algo interno y no tiene nada que ver con la apariencia”. Al escuchar esto, reflexiono acerca de lo paradójico que esto suena, sobre todo cuando quienes afirman esto son precisamente los que no tienen esa belleza interna y sí consideran tener la externa. Otra paradoja a la que nos enfrentamos en nuestras relaciones personales y sobre todo las de pareja es la siguiente: “Cuanto más arduamente trato de retener a alguien, menos lo voy a lograr y, al contrario, más fácilmente querrá alejarse de mí”. De la misma manera, puedo constatar que “entre más esfuerzo hago por encontrar la seguridad total, más inseguro me siento”, o bien, que “entre más me esfuerzo por encontrar la felicidad, más infeliz seré”.


Comunicación paradójica

El tipo de paradojas que he expuesto hasta ahora son paradojas que podemos corroborar por medio de la observación de nuestro entorno y nuestras relaciones. Ahora bien, dentro del área de la comunicación humana, las paradojas pragmáticas –instrucciones y predicciones paradójicas— son las que representan mayor interés debido a las consecuencias que éstas tienen en la conducta.

Las instrucciones paradójicas son mucho más frecuentes de lo que podemos suponer y se dan en las relaciones en las que existe un fuerte vínculo complementario que posee un gran valor para la supervivencia física y/o psicológica de una, varias o de todas las personas involucradas: interacción paterno-filial; la situación de enfermedad; la dependencia material; el cautiverio; la amistad, el amor; la lealtad hacia un credo, una causa o una ideología; o la situación psicoterapéutica.

En la instrucción paradójica se transmite un mensaje que está estructurado de tal modo que se afirma algo, por ejemplo, “Te quiero, hijo mío” en lenguaje digital, pero a la vez se afirma algo acerca de la propia afirmación, por ejemplo, puede transmitirse analógicamente rechazo corporal. Estos “dobles mensajes” provocan confusión en el receptor ya que es imposible amar y no amar a alguien a la vez. A su vez, la confusión bloquea el sentimiento, el pensamiento y la acción, por lo que resulta imposible pedir una aclaración sobre la confusión o abandonar la interacción, es decir, el receptor se encuentra “atrapado” en la contradicción.

Una última característica de la instrucción paradójica es la imposibilidad que tiene la persona en el plano inferior de la relación para evadir el marco establecido por el mensaje. Las formas en que el receptor podría resolver la paradoja serían metacomunicándose, es decir, discutiendo la naturaleza absurda del mensaje, o bien, abandonando el campo de interacción. La primera solución (evadir el marco establecido por el mensaje) no es posible, dada la postura de sumisión o inferioridad que mantiene “la víctima” y debido a que la insubordinación sería impensable. La segunda solución (abandonar el campo) tampoco es posible dado el alto grado de dependencia e intensidad que existe en la relación (Watzlavick 1977).

Watzlawick (1997: 186) afirma que “cuando la paradoja contamina las relaciones humanas aparece la enfermedad”, ya que el que recibe el mensaje se encuentra en una posición insostenible en la cual para cualquier lado que se mueva va a tener una pérdida. El receptor pierde si lo hace y pierde si no lo hace, se encuentra ante una ilusión de alternativas, no tiene opciones reales entre las que debe elegir la correcta. Uno de los ejemplos más radicales de esta ilusión de alternativas es lo que ocurría durante la Inquisición, en la Edad Media. Aparentemente se le daban dos alternativas al que estaba siendo juzgado: aceptar que incurría en herejía, en cuyo caso debía morir; o bien, negar que incurría en herejía, ante lo cual se le torturaba hasta que, no pudiendo soportar más la tortura, el acusado terminaba por confesar su culpabilidad para escapar a la tortura o morir durante ésta. Como se puede observar, cualquiera de las dos alternativas implicaba una pérdida.

No hace falta ir a situaciones tan extremas para observar el efecto de la instrucción paradójica en nuestras vidas y en nuestra conducta, afectando no sólo al receptor de la instrucción, sino también al emisor, es decir, a todo el campo de interacción. Un ejemplo de esto es la situación en la que una persona le dice a su cónyuge: “Si te vas, me voy a suicidar”. Ante esto, independientemente del camino que tome, el cónyuge pierde: si se va, puede vivir con la inquietud de que ella lleve a cabo su amenaza y él termina sintiendo desasosiego o culpa; si se queda para evitar que ella se suicide, él termina sintiéndose mal, ya que él ya no quiere estar con ella.

Otras situaciones en las que se observa la instrucción paradójica (también llamada por Bateson [1956] doble vínculo) son las siguientes: (1) La madre que exige a su pequeño hijo que haga las tareas escolares, pero no sólo esto, sino que debe hacerlas con gusto, (2) El marido que exige a su mujer que se entregue a él sexualmente, pero además debe disfrutar de la entrega, (3) Los padres que castigan al niño diciéndole: ve a tu habitación y no salgas hasta que estés de buen humor; esto es como si le dijeran que tiene la obligación de estar alegre. Como se puede uno imaginar, La confusión y parálisis tienen un efecto negativo sobre la conducta y la relación de los involucrados, sobre todo cuando la situación de doble vínculo ocurre en repetidas ocasiones. Este tipo de doble vínculo es patógeno y contrasta con su contraparte, el doble vínculo terapéutico (Watzlawick 2003).


Doble vínculo terapéutico

Todos hemos estado expuestos a dobles vínculos (instrucciones paradójicas), a pesar de lo cual casi todos nos las hemos ingeniado para conservar nuestra salud mental. Sin embargo, algunas de estas experiencias pueden ser traumáticas. En ocasiones el contacto con los dobles vínculos es duradero, a tal punto que se convierte en una expectativa habitual para los afectados. Algunos autores incluso afirman que el doble vínculo es un factor determinante en la aparición y desarrollo de la esquizofrenia (Watzlavick 1997).

A pesar del efecto tan dañino que puede tener para alguien, el doble vínculo se utiliza exitosamente como técnica terapéutica cuando en lugar de dar una instrucción paradójica mediante la cual “haga lo que haga el individuo pierde”, se da una instrucción paradójica mediante la cual, “haga lo que haga el paciente gana”.

Algunos ejemplos del doble vínculo terapéutico son: si en una sesión de terapia grupal un paciente expresa su imposibilidad para decir “no”, el terapeuta puede sugerir que les diga “no” a todos y cada uno de los miembros del grupo, el paciente tiene dos alternativas: aceptar decirles “no”, ante lo cual habrá cambiado su postura con respecto a su síntoma; o bien, decidir decirle “no” al terapeuta con respecto a su sugerencia. Si un paciente teme hablar acerca de algo que él considera un secreto, el terapeuta puede sugerirle que entonces no hable acerca del secreto, pero que quizás podría explicar por qué no quiere hablar acerca de él o qué es lo que lo hace un secreto sin mencionar el “secreto”; ante esta disyuntiva, se pone al paciente en una situación tal que irremediablemente terminará hablando acerca de su secreto sin en realidad hablar acerca de él, algo que finalmente le traerá un beneficio.

El doble vínculo terapéutico, al igual que el doble vínculo patógeno, presupone una relación intensa, la situación psicoterapéutica, que encierra un alto valor de supervivencia y expectativa para el paciente. En este contexto se imparte una instrucción que está estructurada de tal modo que: (a) refuerza la conducta que el paciente espera modificar; (b) implica que ese refuerzo constituya el vehículo del cambio; y (c) crea así una paradoja, porque se le dice al paciente que cambie permaneciendo igual. Se lo coloca en una situación insostenible con respecto a su patología. Si obedece, ya no es cierto que “no puede evitarlo”; lo hace y esto hace imposible negarse, cosa que es el propósito de la terapia. Para resistirse a la instrucción no debe comportarse en forma sintomática, cosa que es el propósito de la terapia (Watzlavick 1997).

Si en un doble vínculo patógeno el paciente “pierde si lo hace y pierde si no lo hace”, en un doble vínculo terapéutico “cambia si lo hace y cambia si no lo hace”. La situación terapéutica impide que el paciente se retraiga o disuelva de otra manera la paradoja haciendo comentarios sobre ella. El paciente puede decidir no reaccionar ante la instrucción, pero no puede hacerlo en su forma sintomática habitual. Un doble vínculo terapéutico obliga siempre al paciente a salir fuera del marco establecido por su dilema.

La elección de la instrucción paradójica adecuada es sumamente difícil y si queda el menor resquicio, el paciente por lo común no tendrá dificultad en descubrirlo y podrá eludir así la situación supuestamente insostenible planeada por el terapeuta.


Prescripción del síntoma

La prescripción del síntoma es sólo una de las técnicas llamadas dobles vínculos terapéuticos. La prescripción del síntoma, en contraste con la prescripción de un comportamiento que “lógicamente” es la solución al síntoma del paciente, consiste en sugerir al paciente que se comporte como ya lo está haciendo, es decir, “darle más de lo mismo” o utilizar la idea de que “lo semejante cura lo semejante”. Al realizar “espontáneamente” la conducta que desea suprimir, el paciente recupera el control sobre su síntoma, control que había perdido al sentir que no podía evitar actuar como lo hacía. La espontaneidad de su síntoma (aspecto autónomo e involuntario) se pierde al proponerse hacer lo que “no podía evitar hacer”. Si se le pide a alguien que se comporte de una determinada manera que él considera espontánea, entonces ya no puede ser espontánea, porque la exigencia hace imposible toda espontaneidad (Watzlavick 1997).

Víctor Frankl comenta acerca de la importancia de tratar los síntomas con la técnica de la prescripción del síntoma, que él llama intención paradójica: “Cualquier síntoma en sí fugaz e inofensivo, le provoca a la persona el temor de que se vuelva a repetir; este temor refuerza el síntoma y el síntoma, reforzado de esta manera, aumenta finalmente el temor del paciente” (1978: 127).

La intención paradójica consiste en que el paciente, a sugerencia del terapeuta, desde ahora desee y se proponga hacer lo que teme:

Una persona que teme sudar podría desear y proponerse mostrar a la gente su capacidad sudorípara: “Hasta ahora sólo he sudado 1 litro, ¡pero voy a sudar 10! ¡Demuestra a tus compañeros lo que es sudar! Pero hazlo bien, lo de hasta ahora no ha sido nada”.
A una persona que sufre de un tic en un ojo se le recomienda que la próxima vez que tenga que hablar con alguien guiñe el ojo lo más que pueda para demostrar a su interlocutor lo bien que es capaz de hacerlo.
A una persona que se pone nerviosa al hablar ante el público se le recomienda que se proponga que sus músculos tiemblen tanto como nunca lo han hecho, que bata el récord absoluto.
A una persona que no puede conciliar el sueño (sufre de insomnio) se le propone que intente con ahínco estar toda la noche sin dormir.
En el caso de la impotencia masculina, el hombre hace un gran esfuerzo por demostrar su potencia hasta el punto de provocar una perturbación de la misma. El hombre en esta situación vive el coito como algo que se le exige, es decir, que tiene un carácter obligatorio. La presión puede venir de él mismo, de su compañera, de la sociedad. A este paciente se le induce a “no proponerse el acto sexual de forma programática, sino dejarse mover por las caricias del preludio sexual”. Se le explica a su compañera que se le ha prohibido por el momento el coito. La prohibición del coito disminuye la hiperintención (esfuerzo por lograr algo).
En otra situación de impotencia masculina se le indica a la pareja que, durante una semana, se acuesten juntos y desnudos, y que hagan todo lo que les venga en gana. Lo único que bajo ninguna circunstancia pueden hacer es llegar al coito (Frankl, 1988: 64).


Prescripciones paradójicas

Como ya mencioné al principio de este trabajo, no sólo los terapeutas utilizan las prescripciones paradójicas, también los chamanes utilizan la paradoja en las recetas que prescriben a sus consultantes. Un ejemplo de esto es la anécdota que relata Alejandro Jodorowsky en su libro Psicomagia (1995: 100-102) acerca de la bruja mexicana Pachita, quien de acuerdo con el autor practicaba lo que él llamaría actos psicomágicos:

…un día recibió a un hombre que estaba al borde del suicidio porque no soportaba la idea de quedarse calvo a los treinta años. Había probado todos los tratamientos posibles, sin éxito, y no admitía verse calvo… [Pachita] le dio estas instrucciones: “Procúrate un kilo de excrementos de rata, orina encima y mézclalo bien hasta obtener una pasta que te aplicarás a la cabeza. Este remedio te hará crecer el pelo.” El hombre protestó débilmente, pero Pachita insistió, diciendo que, si quería evitar la calvicie, no había más remedio. El decidió entonces someterse a este incongruente tratamiento. Tres meses después volvió a ver a la vieja y le dijo: “Es muy difícil encontrar excrementos de rata, pero al fin localicé un laboratorio en el que criaban ratas blancas. Convencí a un laborante para que me guardara los excrementos. Cuando reuní el kilo, oriné encima, hice la pasta y entonces me di cuenta de que me daba lo mismo no tener pelo. Por lo tanto, no apliqué el ungüento y decidí contentarme con mi suerte.”

Jodorowsky comenta que la bruja le pidió al hombre un precio que él no estaba dispuesto a pagar. Cuando se encontró abocado a la acción, comprendió que podía perfectamente aceptar su destino, descubrió que prefería seguir siendo calvo a realizar un acto tan desagradable y difícil. Sin embargo, esta prescripción absurda a primera vista le dio al hombre la oportunidad de madurar y aceptarse tal como es. No obstante, siempre surge la duda acerca de lo que habría sucedido si el hombre hubiera llevado a cabo el acto hasta el final: quizás su convicción y la fuerte autosugestión lo habrían llevado a desarrollar cabello, convencido de que el tratamiento era eficaz; la mente es muy poderosa. Por otra parte, imaginemos que el hombre hubiera llevado a cabo la prescripción completa y que no hubiera obtenido el resultado deseado; en este caso, habría podido decir: “Ya he hecho todo, incluso algo tan aberrante como lo que se me prescribió y ni así me sale el pelo, ¡ya no hay más que hacer!” y quizás habría aceptado su destino como algo verdaderamente inevitable.

Encontramos en el relato anterior un ejemplo de la utilización de la prescripción paradójica en la que, independientemente de lo que el paciente haga, obtiene un beneficio. En esta situación, cualquier camino que el hombre decida tomar lo lleva al éxito en el sentido terapéutico: la autoaceptación o la aceptación de lo inevitable, tan difícil de lograr.

Jodorowsky también menciona una prescripción (un acto psicomágico) que le dio a un hombre casado, con dos hijos, y que amaba a su mujer. El hombre lo consultó porque padecía de eyaculación precoz:

Le pregunto cuánto dura su acto sexual. “Apenas veinte segundos”, me responde. Le aconsejo que esa noche haga el amor con su esposa poniendo junto al lecho un cronómetro y que le prometa que va a eyacular más rápido que nunca, es decir, en exactamente diez segundos. Así trata de hacerlo. Regresa feliz a verme, diciéndome con una gran sonrisa: “Fracasé. Por más que traté no pude. Duré media hora”.


Más de lo mismo y cambio

Las prescripciones paradójicas tienen el objetivo de provocar un cambio que traiga bienestar al paciente. Esto se logra al darle al paciente “más de lo mismo”, en hacer que se comporte como ya lo está haciendo, utilizando una prescripción.

Es importante aclarar que este “darle más de lo mismo” no consiste en tratar de que la persona se comporte de manera distinta a como lo ha venido haciendo ni en dar una instrucción o “consejo” del tipo “Deje de beber” o “Trate de comprar menos” que seguramente ya escuchó de amigos y parientes, ya que esta prescripción no es terapéutica. Este tipo de mensaje se basa en el idea de que, “con un poco de voluntad”, las cosas podrían cambiar y que, por lo tanto, la persona o personas afectadas pueden elegir entre la salud y el sufrimiento. Desgraciadamente, este enfoque fracasa en el caso de los síntomas, porque el paciente no ejerce un control deliberado sobre esa conducta, por lo que nos es necesario tomar un “atajo” o hacer una “pequeña trampa” (la prescripción paradójica) para que el paciente logre el cambio que desea (Watzlavick 1997).

En el tipo de cambio que se logra mediante el uso de la prescripción paradójica interviene la voluntad de cambiar, por una parte, y la voluntad de realizar lo prescrito; mediante éstas, el paciente recupera el control que creía haber perdido sobre su conducta. El paciente termina actuando espontáneamente al “forzarse” a hacer algo mediante su voluntad.

Si bien es cierto que la voluntad juega un papel importante en el cambio, por otra parte, “la gran paradoja del cambio es que sólo conseguimos alcanzarlo cuando nos olvidamos de él” (Vallés, 1987). Por ejemplo, si estoy tenso y quiero forzar mi relajación, por supuesto que lo único que consigo es aumentar mi tensión. Paradójicamente, pero evidentemente, la única manera de relajarme es permitirme estar tenso. Estoy tenso, lo acepto, así están bien las cosas. Me doy permiso para estar todo lo tenso que me dé la gana. Lo mismo sucede cuando estoy nervioso, cuando quiero dormir a la fuerza, cuando tartamudeo, cuando me siento obligado a amar a alguien. El oponerme a la realidad de la situación (que incluso en ocasiones me parecerá injusta) sólo incrementa mi molestia, dolor o sufrimiento.


Las paradojas y del doble vínculo terapéutico en Gestalt

En la psicoterapia Gestalt se aplican técnicas que facilitan la supresión de conductas dañinas para el paciente o que promueven el cambio hacia lo positivo. Algunas de estas técnicas, las cuales se describen a continuación, están relacionadas con las paradojas y el doble vínculo terapéutico.

El psicoterapeuta Gestalt en ocasiones utiliza la paradoja para resumir o confirmar aquello de lo que el paciente se da cuenta: “Es decir que por no querer sufrir, terminas sufriendo”, “¿Quieres decir que en ese caso actuaste bajo la idea de que ‘la mejor defensa es el ataque’?”, “Eso que me dices, es como cuando le haces a alguien lo que temes que te hagan a ti?”. O bien, se utiliza para hacer ver al paciente aquello de lo que no se da cuenta: “¿Es decir que le impones tu voluntad para que ella aprenda a defenderse?”, “Cómo le has hecho para soportar por tanto tiempo esa situación que consideras insoportable?”, “¿Te das cuenta que cuanto más tratas de tener el control sobre tus hijas más fácilmente lo pierdes?”.

En la utilización de la paradoja, el paciente tiene acceso a su intuición, a sus emociones y a su creatividad, que son funciones del hemisferio derecho. Si tomamos en cuenta que generalmente el paciente recurre a la lógica, la razón y el análisis, que son funciones del hemisferio izquierdo, entonces, al asimilar las paradojas, estaría utilizando ambos hemisferios cerebrales. Cuando ambos hemisferios se encuentran en colaboración unitaria, el paciente puede sacar un mayor provecho de la sesión terapéutica.

Otra herramienta ampliamente usada en Gestalt es la llamada técnica de “experimentar el vacío”, que consiste en hacer contacto con las sensaciones desagradables o con el vacío existencial. Se le propone al paciente que no evada sus sensaciones por muy desagradables que éstas sean, que permanezca con ellas (contrario a lo que usualmente hace) y que simplemente se dé cuenta de lo que sucede, de lo que surge dentro de sí. A partir del contacto que hace el paciente con su sensación y de los recuerdos, imágenes o palabras que surjan, se puede comenzar el trabajo terapéutico. Al tomar contacto con su sensación de vacío y permitirle a esa sensación “ser” o “expresarse”, la persona, paradójicamente, comienza a llenar ese vacío; en ese momento el vacío estéril comienza a convertirse en un vacío fértil (Salama, 2002)

En esta técnica se utiliza al mismo “malestar” para combatirlo y reducirlo en la medida de lo posible. Se trata de aprovechar la lección que la sensación desagradable de vacío trae consigo para llegar a la madurez, el desarrollo y el crecimiento (Vallés, 1987). La paradoja consiste en que en ocasiones es necesario sufrir para dejar de sufrir.

En Gestalt, cuando se observa la resistencia en el paciente –la cual se considera una autointerrupción de la energía— el terapeuta se “alía a la resistencia”, es decir, no se opone a la actitud que el paciente está teniendo. Así, por ejemplo, si el paciente interrumpe el libre fluir de su energía al posponer (“luego lo hago”), el terapeuta insiste en que el paciente tiene razón; que es mejor no hacer las cosas en este momento, después de todo, ¿quién quiere tener éxito?”; que es más cómodo no hacer las cosas; en que la pereza seguramente le traerá grandes beneficios y en que no tiene ningún caso hacer el esfuerzo que involucra el dejar de posponer; en fin, el terapeuta no se opone a la actitud del paciente, al contrario, la alienta con el fin de que el paciente se dé cuenta de su actitud. En esta técnica también está involucrada la paradoja, ya que al aliarse a la resistencia el terapeuta en realidad está prescribiendo el síntoma. (Salama, 2002)

Otra forma en que el doble vínculo terapéutico se utiliza en Gestalt es mediante la prescripción del síntoma que implica una predicción de éste. Mediante la predicción del síntoma se evita que éste ocurra. Esto se puede observar en la vida diaria cuando, por ejemplo, en una conversación alguien está a punto de decirnos algo que nosotros podríamos encontrar molesto. En este caso la persona comienza por decir: “Tengo algo que decirte, sé que te vas a enojar mucho y quizás me odies,…”. El emisor del mensaje predice de alguna forma la reacción o la conducta del receptor, ante lo cual, con frecuencia, el receptor no reacciona con la intensidad que el emisor predijo.

El terapeuta también puede predecir algunos de las reacciones del paciente cuando le asigna tareas. Por ejemplo, “Vas a experimentar una fuerte resistencia a ir a la entrevista, es muy probable que quieras evitarlo”. Ante esta prescripción de la reacción, es común que el paciente reporte no haber tenido una reacción tan extrema, con lo cual puede cambiar su visión y actitud hacia lo que evitaba. Lo mismo sucede cuando durante la sesión terapéutica se le dice al paciente antes de un experimento que “el experimento involucra cierta dificultad, que si está dispuesto a realizarlo y que si cree que verdaderamente puede”. Al hacer esto se está utilizando también la predicción del síntoma. Por supuesto que es necesario tener muy claro que la predicción también puede funcionar como una programación, en cuyo caso se obtendría el efecto contrario al deseado. Por tal motivo, este tipo de predicciones se deben utilizar con extremo cuidado y sólo estando seguro de que van a funcionar como se pretende.


Conclusión

Hemos estudiado las paradojas y el doble vínculo en dos contextos: la vida diaria y el ambiente terapéutico. Hemos visto cómo se utilizan para provocar confusión o enfermedad en las interacciones cotidianas, pero también cómo se logran cambios benéficos en terapia a través de ellas.

Ambos aspectos, las paradojas y el doble vínculo, están presentes de manera constante en la comunicación, parte integral en la interacción humana en general y sobre todo dentro del contexto terapéutico. La comunicación clara, precisa y respetuosa trae enormes beneficios a las personas involucradas en una relación, especialmente si ésta es muy estrecha.

Muchas situaciones que el paciente trae a terapia están relacionadas con una comunicación pobre, deficiente o nula en sus relaciones interpersonales, por lo que podríamos suponer que existe entre la población un déficit de hábitos comunicacionales efectivos: paradójicamente, en los tiempos de la llamada “era de la comunicación”, en que casi instantáneamente podemos hacer una llamada video-telefónica al otro lado del mundo, lo que muchas veces falta entre las personas es, precisamente, comunicación.

Por ende, en psicoterapia Gestalt, que da a la comunicación efectiva una importancia especial, el terapeuta necesita desarrollar buenos hábitos comunicacionales y promover la comunicación directa y clara entre él o ella y su paciente, así como alentar al paciente a que se mueva hacia la resolución de conflictos fuera del consultorio por medio de la comunicación.

Los terapeutas tenemos la gran responsabilidad de aplicar las herramientas que tenemos a la mano de manera efectiva y respetuosa. La correcta utilización de las paradojas y del doble vínculo terapéutico posee una gran fuerza para el cambio, siempre y cuando se emplee la instrucción adecuada, de manera apropiada, en el momento propicio (timing) y en la situación idónea.




Bibliografía

Castellá, G. ( 2001). Paradojas Existenciales. Argentina: San Pablo.
Frankl, V. (1978). Psicoterapia y Humanismo. México: Fondo de Cultura Económica.
Frankl, V. (1980). Ante el Vacío Existencial. España: Herder.
Frankl, V. (1988). La Voluntad de Sentido. España: Herder.
Jodorowsky, A. (1995). Psicomagia. México: Seix Barral
Salama, H. (2002). Psicoterapia Gestalt - Proceso y Metodología. México: Alfaomega.
Vallés, C. (1987). Ligero de Equipaje. España: Sal Térrea.
Watts, A. (1978). La Sabiduría de la Inseguridad. España: Kairós.
Watzlawick, P. (1981). Teoría de la Comunicación Humana. España: Herder.
Watzlawick, P. (1984). El Arte de Amargarse la Vida. España: Herder.





[1] Los koans son frases frente a las que la mente se estrella, acertijos que impactan la mente y que revolucionan los conceptos aprendidos. Esencial para el koan es la paradoja, aquello que está más allá del pensamiento que trasciende la lógica conceptual. Para resolver el koan es necesario abrirse a la intuición.

Gestalt e Intuición



¿Qué es la intuición?

¿Cómo es que un hombre logra no sólo seducir mujeres sino también hacer que éstas se rindan ante él cual víctimas a la seductora mirada hipnótica de un vampiro y su mordedura? ¿En qué consiste la habilidad que tiene un homosexual para reconocer a otro homosexual rápidamente, en ocasiones con tan sólo una mirada o un encuentro fugaz? ¿Cómo es que algunos niños son capaces de evaluar a una persona como “mala” o “buena” apelando únicamente a su escaso conocimiento lógico del mundo? ¿Cómo es que en ocasiones una persona se despierta a media noche, repentinamente, con la solución al problema que tenía al ir a la cama? La respuesta es sencilla: todos ellos recurren a esa facultad del ser humano tan difícil de explicar a través de la cual accedemos a información y conocimiento que nos guía en nuestro camino de descubrimiento diario y en nuestra constante interacción con el medio, la intuición.

Muchos hemos experimentado esta manera interior de “saber” que en ocasiones se presenta en forma de presentimiento ya sea de que algo no está bien, o de que estamos haciendo lo correcto. Por ejemplo, hay momentos en que nos sentimos inquietos, que tenemos una sensación de desasosiego, que se manifiesta corporalmente como un “no sé qué”, y que más tarde descubrimos está relacionada con algo que olvidamos en casa. En otro momento nos damos cuenta de que debimos haber hecho caso a esa sensación interna de incomodidad que surgió justo cuando aceptamos una oferta hecha por una persona que posteriormente resultó ser un estafador.

Pero, ¿qué es esta sensación de certeza inconfundible e irracional que parece mágica, que en un momento dado simplemente se manifiesta haciendo que podamos ver las cosas con tanta claridad y sepamos las consecuencias de tomar una u otra decisión, o seguir un camino u otro?

Según Goleman (1997), la intuición “podría ser el vestigio de un primitivo y esencial sistema de alarma, cuya función consistía en advertirnos del peligro”. Y así parece ser, nos apoyamos en nuestra intuición para percibir el nivel de confianza que sentimos frente a una persona: ¿me siento respetado, ignorado, valorado o despreciado? Por medio de un sentimiento de inadecuación o inquietud, nuestra intuición nos previene cuando estamos a punto de cerrar un trato que nos parece “demasiado bueno para ser verdad”. Esas “impresiones subjetivas” de que algo no está bien se pueden convertir en nuestra primera línea defensiva si les hacemos caso. La intuición nos permite ver si hay amor, confianza o duda en alguien más.

Para otros, la intuición es el equivalente a una especie de “sentido común” (como opuesto a la razón) y que “los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina” (García Márquez). Si estamos atentos, sensibles y observadores a las señales de nuestro cuerpo, a nuestros sentidos y a nuestras reacciones, el sentido común --lo obvio y aparente, las señales que percibimos, y que vamos adquiriendo con el paso de los años y por medio de la experiencia-- nos envía mensajes útiles para nuestra vida. Después de todo, la intuición podría en parte ser la interpretación que hace nuestro cerebro de las señales recibidas por sentidos en los que normalmente no reparamos. Tendemos a no escuchar a nuestros sentidos; sin embargo, éstos continuamente envían mensajes que sólo pueden manifestarse e interpretarse en forma de intuición, es decir, por medio de un lenguaje diferente que no es ni lógico ni racional.

En psicología y las ciencias cognitivas se le llama intuición al conocimiento que no sigue un camino racional para su construcción y formulación, y por lo tanto no puede ser explicado o incluso, verbalizado. El individuo puede relacionar ese conocimiento o información con experiencias previas, pero por lo general es incapaz de explicar porqué llega a una determinada conclusión. La intuición suele presentarse en forma de reacciones o sensaciones emotivas repentinas a sucesos, más que como pensamientos abstractos elaborados.

Vaughan, una de las más reconocidas escritoras sobre la intuición, (1991) afirma:

La intuición nos permite recurrir a la enorme provisión de conocimientos de los que no somos conscientes, incluyendo no sólo todo lo que uno ha experimentado o aprendido intencionada o subliminalmente, sino también la reserva infinita del conocimiento universal, en la que se superan los límites del individuo.

En la filosofía oriental encontramos también referencias a la intuición. Las anteriores definiciones de intuición coinciden con lo que Buda enseñó con respecto a ésta: La intuición es la fuente de la verdad fundamental y de la sabiduría total. Osho (2004), quien estudió las disciplinas orientales a profundidad, en concordancia con lo expuesto anteriormente, nos dice que la intuición no es algo que se pueda explicar científicamente, dado que el fenómeno de la intuición es irracional: no tiene una causa intelectual, sino que funciona con lo incognoscible. La intuición —el acontecer de lo incognoscible— nos hace sabios a los seres humanos, ya que nos puede dar respuestas a preguntas fundamentales, no verbalmente sino existencialmente. Un fragmento de intuición es lo que llamamos “corazonada”, algo que no se puede probar, que no se sabe por qué se sabe, pero que nos habla en su propio lenguaje, y que se presenta muchas veces como una simple sensación en el estómago.

La intuición es una facultad de observación, es la claridad que en oriente se llama el tercer ojo, aquél que simplemente informa, que refleja lo que es real. Al profundizar y observar, estando alerta y conscientes podemos descubrir la realidad que hay dentro de nosotros mismos. Para Osho (Op. Cit.), intuición (en inglés: in=dentro; tuition=enseñanza) quiere decir algo que surge dentro de nuestro ser, un potencial propio, una sabiduría propia, una visión totalmente personal.

De las ideas aquí expresadas acerca de la intuición, se deriva que ésta es una facultad para percibir lo subjetivo, que se adquiere a lo largo de los años por medio de nuestras vivencias, de nuestro conocimiento lógico, de la percepción interna de nuestras sensaciones, pero que también parece tener un elemento instintivo que nos auxilia en la supervivencia y que nos dice lo que es más conveniente para nosotros, sobre todo en situaciones en las que está en riesgo nuestra seguridad o integridad.



Instinto e intuición

En ocasiones decimos que hacemos las cosas “instintivamente” cuando en realidad queremos decir que las hacemos “intuitivamente”. A pesar de funcionar muy bien juntos, el instinto y la intuición no son lo mismo: el instinto funciona a nivel físico y la intuición en un nivel inexplicable, y por tanto espiritual. Ambos son similares en cuanto a que simplemente se realizan, existen, emergen. Ambos funcionan maravillosa y calladamente, sin hacer ningún ruido. El instinto es físico y está basado en nuestra experiencia de millones de años, por lo tanto es infalible y produce en nosotros milagros de los cuales ni siquiera somos conscientes. Este conocimiento natural —el instinto—, tan negado, desvalorado y atacado, sobre todo por las instituciones religiosas, nos lleva hacia la intuición, nos muestra siempre el camino más relajado y el camino que sigue la vida naturalmente. La negación o represión del instinto trae como resultado la negación del cuerpo y por lo tanto de nuestras sensaciones, y con ello la pérdida de confianza en nuestros sentidos y conocimiento más primitivo (Rodríguez y Serrano, 2002).



Desensibilización

Es a través de las sensaciones corporales que se hacen presentes nuestros impulsos y sentimientos, nuestras necesidades orgánicas y emociones —percepciones de movimientos o acontecimientos corporales internos. Sin embargo, a lo largo de nuestra vida se nos enseña a ignorar, reprimir nuestra experiencia sensorial, emocional y sentimental, y a devaluar nuestros sentidos físicos a favor de nuestro intelecto. Frases como “¡Niño, no seas miedoso!”, “No llores, los hombres no lloran”, “Si lloras te pego”, “Si te enojas ya no te voy a querer”, “Enójate y te va peor”, llevan implícito el mensaje de que “hay que reprimir o negar lo sentido”. La repetición de estos mensajes a la larga ocasiona que desarrollemos un mecanismo de inhibición de respuesta de algunas partes de nuestro cuerpo (musculatura voluntaria) para suprimir las emociones y sentimientos y, por tanto, desensibilizarnos.

Ante una situación que nos aflige y que sabemos que no podemos ni soportar ni cambiar, negamos su existencia, cerramos los ojos ante ella. Al principio la negación es consciente: no es que decidamos negar la realidad de una situación, pero estamos conscientes de que nos causa dolor y de nuestro deseo de evitar ese dolor. Sin embargo, con el tiempo la negación se vuelve inconsciente; es decir, ya no percibimos lo doloroso de la situación, sino que creamos una imagen de la situación agradable o feliz, que nos permite continuar como si todo estuviera perfecto. En este punto, la negación se estructura en nuestro cuerpo a manera de tensiones musculares crónicas y localizadas, es decir, a manera de desensibilización.

Son dos las emociones que principalmente sometemos a una severa inhibición: la tristeza y el miedo, que se caracterizan por la vulnerabilidad que siente la persona que las expresa. Necesitar el amor de alguien deja a la persona vulnerable a un posible rechazo o humillación: “No te amarán”. Rehusarse a sentir, entre otras cosas amor, es una defensa ante la posibilidad de ser herido o sufrir.

Esta negación de los sentimientos del cuerpo, de cierta forma es parecida a la disociación del cuerpo, y por lo tanto de la realidad, que ocurre en la esquizofrenia (frialdad emocional, distanciamiento o aplanamiento de la afectividad), aunque en un grado mucho menor. La esquizofrenia de tipo catatónica es la expresión máxima de la desensibilización. Un catatónico que se mantiene horas en una esquina inmóvil como una estatua ha reprimido todo sentimiento, incluso el dolor, y por ello puede mantenerse inmóvil largos periodos de tiempo. Es como si su cuerpo estuviera en rigor mortis, sin impulso o movimiento interno. Al disminuir su capacidad vital, está anestesiado al dolor.

También la tendencia de la persona narcisista a ser cruel, explotadora, sádica o destructiva con otras personas se debe a su incapacidad para tocar sus propios sentimientos y a su insensibilidad al sufrimiento de los demás: al negar sus sentimientos, niega que los demás puedan sentir (Lowen, 1987).

No obstante, la desensiblización es un fenómeno más común de lo que podemos pensar, sólo que ésta se puede localizar en un continuo que va desde “el grave estado descorporificado de la psicosis hasta la desensibilización más selectiva que la mayoría de nosotros usamos para responder a las incomodidades temporales” (Kepner, 1997).

La desensibilización es uno de los obstáculos que nos impiden desarrollar nuestra intuición. Los sentidos físicos han recibido un entrenamiento: vemos lo que la sociedad, a través de sus instituciones (religiosas y educativas), nos permite ver, oír, tocar. Como consecuencia, hemos perdido gran parte de nuestros sentidos, con ello la habilidad para intuir y la confianza en nuestra intuición. La negación de los sentidos constituye sólo uno de los obstáculos en el desarrollo de la intuición; otro obstáculo es el uso excesivo del intelecto o racionalización (Osho, 2004).



El dominio de la razón

La sociedad occidental y sus sistemas educativos se concentran en el desarrollo del intelecto desde la lógica, lo racional, lo matemático, lo científico y lo calculador —todas ellas funciones del hemisferio cerebral izquierdo. Sin embargo, no promueven lo intuitivo, ilógico, irracional, poético, imaginativo, romántico ni espiritual —todas ellas funciones del hemisferio cerebral derecho. Para lograr la unidad del ser y un grado mayor de realización es necesario que hagamos un puente que integre y conecte ambas funciones: lo masculino y lo femenino, el yin y el yang, la lógica y lo ilógico, lo platónico y lo aristotélico. El uso conjunto de las facultades de ambos hemisferios cerebrales tiene como resultado soluciones mucho más satisfactorias en la vida de las personas. Por ejemplo, si una persona trata de resolver un problema tomando en cuenta tanto la postura racional como la postura emocional, su probabilidad de éxito seguramente será mayor que si únicamente considera una de las dos posturas citadas.



Guía interior

Como resultado del excesivo enfoque en la razón y en las funciones que se rigen por el hemisferio cerebral izquierdo, no nos permitimos creer que tenemos un guía interior con el cual nacemos pero que mantenemos prácticamente paralizado, que no utilizamos. Ese guía interior, nuestra intuición, se manifiesta como una voz interior, como una fuerte sensación o corazonada, una imagen, o bien una energía interior o una vibración. Shakti Gawain (1999) nos dice que la intuición es un sentimiento ‘visceral’ en nuestro interior: la fuente y el origen de nuestra más profunda verdad personal. Si estamos dispuestos a escuchar cuidadosamente este sentimiento, nos guiará en cada paso de nuestra vida.

Si siguiéramos nuestro guía interior es posible que no siempre tuviéramos éxito en el sentido en que el mundo le da al éxito, como gratificación del ego, pero sí en el sentido que algunos grandes maestros espirituales como Buda o Jesús le dan al éxito, aquél que se mide por nuestra felicidad. La persona que vive guiándose por su intuición siempre es feliz tenga éxito o no. Apoyándonos en algo tan nuestro e individual como la intuición, conseguiremos nuestra felicidad, porque ésta en gran medida depende de nosotros mismos. (Osho, 2004). Cuando abandonamos la fijación con la razón o agotamos el intelecto, empieza a florecer la intuición y surge el guía interior: podemos buscar en nuestra energía intuitiva y siempre encontraremos la respuesta adecuada o el consejo adecuado.

“La neurociencia admite que, para que brote la respuesta intuitiva a un problema, antes hemos de haber identificado e interiorizado suficientemente la situación como consecuencia de la inquietud que nos transmite; después, y ya de manera que no nos resulta consciente, hemos de haber incubado la solución. Luego, en cualquier momento, emerge la señal intuitiva ‘lo mismo –como dice Cxikszentmihalyi— que un corcho mantenido bajo el agua sale y salta en el aire cuando se le suelta’; nosotros también la vemos como una burbuja que, al llegar a la superficie, se muestra efímera: hay que estar atentos para captarla. En cualquier caso, una vez que, repentinamente, ha brotado la intuición y se ha reconocido y registrado como tal en la conciencia, es el turno de la razón analítica: el necesario complemento” (Enebral).

Esta noción de dejar a un lado el intelecto una vez que lo hemos agotado, para que así comience a funcionar algo diferente que racionalmente nos es incomprensible, coincide con la afirmación de Osho (2004) de que, en la solución de problemas, primero debemos concentrarnos en lo masculino: lo intelectual, lo racional, la actividad, lo agresivo, y después recurrir a lo femenino: el dejar que aparezca una corazonada, un destello de intuición, alguna luz desde lo desconocido, la espera paciente, el dejar ser. El funcionamiento integrado de lo masculino y lo femenino, del hemisferio izquierdo y el derecho, las dos mentes convertidas en una, es el camino que nos lleva a la sabiduría personal.



Visión holística de la intuición

Al utilizar “la reserva infinita del conocimiento universal” (Vaughan, 1991), la intuición es en parte como el instinto, infalible, siempre nos muestra el camino natural que sigue el universo. Al ser una “interpretación que hace nuestro cerebro de las señales recibidas por sentidos en los que normalmente no reparamos” (Day, 1997), la intuición es en parte sensación. El intelecto es un instrumento al servicio del todo que hay que usar para pasar del instinto a la intuición; sin embargo, cuando el intelecto pasa de ser un siervo a ser un señor, se vuelve peligroso: el hombre que es completamente lógico, cuerdo, razonable, que nunca se permite nada ilógico en su vida se encuentra limitado. Los argumentos nos pueden llevar hasta un punto determinado, pero más allá de éste, necesitamos las corazonadas, es decir, la intuición. (Osho, 2004).

A partir de lo aquí expuesto, podemos afirmar que el instinto, la sensación, la emoción, los sentimientos, el intelecto y algo inexplicable que se encuentra en el centro de nuestro ser, son partes constitutivas de la intuición que están en constante contacto e interrelación para producir una forma de sabiduría personal que, a pesar de no ser científicamente comprobable como muchos otros fenómenos humanos, existe y basta con observar detenidamente su funcionamiento para darse cuenta de ello.

Mientras que esto (el dominio intuitivo) es el área menos definida del funcionamiento humano, es probablemente el área que más promete para la continuidad y satisfacción de la raza humana. Todas las demás áreas facilitan el apoyo y son apoyadas por esta área de funcionamiento. A medida que cada área se desarrolla hacia niveles más altos, las funciones intuitivas y creativas se hacen más disponibles (Clark, 1979 en IACAT).

Ahora bien, la intuición es una facultad que se puede desarrollar si removemos los bloqueos perceptuales, sensoriales e intelectuales y confiamos mucho más en la sabiduría ancestral de nuestro cuerpo, como propone la terapia Gestalt. El hacer esto sería el punto de partida para lograr una mayor apreciación de esta facultad y su utilización en nuestro beneficio, siempre haciendo caso de nuestro yo interno y confiando en él.



Intuición y Terapia Gestalt

Los enfoques terapéuticos por medios corporales o emocionales como el de la Gestalt, la bioenergética, el rebirthing y el focusing, entre otros, logran una mayor unidad de los hemisferios cerebrales que los enfoques meramente verbales como el psicoanálisis o la psicoterapia cognitivo-conductual. La terapia Gestalt, en respuesta a la “hemiplejia cultural” resultado de la sobrevaloración del hemisferio cerebral izquierdo, es una terapia que intenta “rehabilitar” las funciones del hemisferio cerebral derecho que, al estar conectado de manera privilegiada al sistema límbico (que rige las emociones), está relacionado con la música, la poesía, los sueños, lo subjetivo, las emociones, los deseos, el contexto holístico y sistémico del entorno, en el cual todos los elementos son interdependientes (Ginger, 2005). La intuición, al igual que el Zen y Gestalt, es artística, femenina, receptiva, no agresiva, y por lo tanto una función primordial del hemisferio derecho.

En terapia Gestalt aprovechamos la sabiduría de las historias, parábolas y anécdotas, todas ellas expresiones del hemisferio derecho (Osho, 2004). Trabajamos con impresiones subjetivas, con las señales que recibe el paciente, los mensajes que recibe de su cuerpo y con las señales que los terapeutas percibimos a través de su fenomenología. Por medio del trabajo corporal y el desarrollo de la conciencia de las sensaciones, emociones y sentimientos, en terapia Gestalt accedemos a lo que Vaughan (Op. Cit) en su definición de la intuición se refiere como “la reserva infinita de conocimiento universal que se materializa en el cuerpo por medio de la atención a las propias sensaciones”.

La primera fase en el trabajo en terapia Gestalt es la relacionada con la sensibilización, ya que a partir de este trabajo surgen las necesidades, emociones, deseos y asuntos inconclusos. En las personas muy desensibilizadas nos percatamos del aplanamiento afectivo y de la ausencia de placer en su vida. La sensibilización es una recuperación de los sentidos que habíamos negado, mayormente por temor a sufrir o a la sensación del vacío. Cuando inhibimos nuestras sensaciones no somos capaces de conocer nuestras necesidades, deseos o emociones, por lo tanto no podemos alcanzar nuestra satisfacción en el campo en el que interactuamos y nos convertimos en neuróticos: “El neurótico es una persona que no confía en sus sentidos” (Yonteff, 1995). En terapia Gestalt el paciente siente y penetra en sus sensaciones y sentimientos para iniciar el trabajo y de esta manera toma contacto con señales recibidas por sentidos en los que normalmente no repara, como las sensaciones internas de su vientre o la opresión en el pecho, lo cual le facilita la utilización de su conocimiento interno y personal, es decir, su intuición.

Además de observar la fenomenología del paciente, en terapia Gestalt trabajamos con los sucesos internos o del mundo de la experiencia interna del paciente: sensaciones, percepciones, imaginación, pensamientos. El “darse cuenta” es una ampliación de la percepción, es tener conciencia de las propias emociones. El paciente escucha lo que viene desde dentro de él mismo, espera pacientemente a que aparezcan las respuestas desde su interior, el significado vivenciado de su cuerpo, de igual manera que la persona intuitiva se mantiene en contacto con su experiencia interna.

Al igual que la persona intuitiva, quien no sabe cómo es que sabe la respuesta a algún dilema, el paciente gestáltico, en la fase de sensibilización, puede decir con mucha más certeza “lo que pasa”, y se le invita a que reste importancia a “por qué pasa”, privilegiando el “qué” y evitando el “por qué”, que lleva a racionalizaciones y justificaciones que a su vez mantienen al paciente alejado de su verdadera experiencia. (Gendlin, 2002).

El uso excesivo del lenguaje, llamado verborrea, obstaculiza el contacto real con nuestras sensaciones, resistiéndonos a lo único verdaderamente real que es nuestra propia experiencia directa, manteniéndonos en la falsedad y prescindiendo de nuestro verdadero ser y de nuestro poder. La intelectualización es una negación de la manera natural de ser mediante la cual nos volvemos estructurados y artificiales. Tanto para la terapia Gestalt como para el desarrollo de la intuición el abuso del intelecto es un obstáculo que nos limita y nos aleja del aquí y el ahora (condición esencial para seguir nuestra intuición).

La terapia Gestalt y la intuición son femeninas: en terapia Gestalt el paciente descubre por sí mismo algunos aspectos de su personalidad y su propio potencial para así resolver conflictos y dilemas; la intuición consiste en recurrir al propio ser interno para encontrar respuesta a cuestionamientos acerca de qué camino seguir y cómo actuar. Fritz Perls (Yonteff, 1995) solía decir que “nunca sabe uno más que la persona que se encuentra en el asiento incómodo”. De la misma manera, la intuición es una sabiduría interna y personal a la que podemos tener acceso si la desarrollamos.

El terapeuta Gestalt es un maestro, un guía, que acompaña al paciente en un proceso que va de una primera fase en la que el paciente recibe apoyo externo (del terapeuta) a una segunda fase en la que el paciente encuentra apoyo en él mismo. La intuición es lo que en oriente se ha llamado el gurú interior, el maestro interior; una vez que ha empezado a funcionar ya no necesitamos acudir a ningún otro gurú externo para pedirle consejo (Osho, 2004).

La terapia Gestalt es pluridimensional u holística ya que considera la dimensión física o corporal (sensaciones), la dimensión afectiva (emociones y sentimientos), la dimensión racional (intelecto y los dos hemisferios cerebrales), la dimensión social (entorno) y la dimensión espiritual (lugar y sentido del hombre). De igual manera, la intuición es pluridimensional ya que está conformada por elementos corporales, afectivos, racionales, sociales y espirituales (Ginger, 2005). Salama (1992) define el continuo de conciencia como la “integración de las tres zonas de relación”, es decir, la zona interna sensaciones, emociones y sentimientos), la zona de la fantasía (pensamiento) y la zona externa (acción sobre el entorno). El uso de la intuición implica la integración de estas tres zonas de relación y el libre fluir de la energía.

El terapeuta Gestalt utiliza sus facultades intuitivas cuando lo desea para hacer un diagnóstico de lo que el paciente “pide” trabajar en una determinada sesión. De acuerdo con Berne (1962), “el terapeuta intuitivo es curioso, despierto, interesado y receptivo hacia las comunicaciones latentes y manifiestas de sus pacientes”, todas ellas cualidades que generalmente se encuentran en un terapeuta Gestalt.



Conclusión

La intuición es una facultad que ha sido utilizada a través de los siglos por inventores, artistas, creadores e incluso científicos, como Einstein, en la resolución de problemas y propuestas innovadoras. Para cuestiones prácticas de la vida diaria la intuición es de gran utilidad, ya que es una guía de ruta infalible a la que muchas personas recurren. Es una facultad por muchos utilizada dentro del campo de la psicoterapia, pero que también es en muchas ocasiones descalificada, sobre todo por los terapeutas más académicos.

Esta facultad, que la educación moderna no estimula habitualmente, no es una habilidad “supranormal” con la que cuentan sólo unos cuantos afortunados. Más bien, como ya expuse anteriormente, la intuición parece estar íntimamente ligada a los procesos de percepción, el desarrollo de la sensibilidad y al funcionamiento del hemisferio cerebral derecho. El pensamiento lógico (función del hemisferio cerebral izquierdo) parece interferir en su surgimiento y desarrollo, distorsionando o negando algunos de los mensajes que la intuición nos envía por medio de nuestro cuerpo. Prueba de esto es que los niños utilizan mucho más su intuición que los adultos y se dejan llevar mucho más por ella, ya que no tienen tan marcada la interferencia de elementos introducidos por la educación como son la influencia paterna, por medio de los introyectos, y el pensamiento lógico, que es el modelo imperante en las instituciones educativas.

La terapia Gestalt es una terapia que se concentra en el desarrollo de las funciones del hemisferio derecho y que estimula el desarrollo de la intuición. La primera tarea de nuestra vida es el aprender a estructurar el mundo de la forma en que los demás lo ven, generalmente desde el pensamiento lógico. El trabajo realizado en terapia Gestalt es una segunda tarea en nuestra vida: acceder a nuestra primera naturaleza, aquélla en la que, al igual que los niños, confiamos mucho más en nuestros sentidos, escuchamos los mensajes de nuestro cuerpo y creemos en lo irracional. La intuición es más importante de lo que parece, por lo que todos, y sobre todo los terapeutas, debemos resucitar esta facultad si queremos caminar por la vida con el aplomo y seguridad que nos da el saber que siempre está ese recurso interior que nunca nos dejará solos, a menos que por voluntad propia renunciemos a su compañía.


BIBLIOGRAFÍA

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Berne, E. “La Psicodinámica de la Intuición”. Psychiatric Quarterly, 36: 294-300, 1962.
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Vaughan, F. (1991). El Arco Interno. Curación y Totalidad en Psicoterapia. Barcelona:
Yonteff, G. (1995). Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestalt. Chile: Cuatro Vientos.


Fuentes electrónicas:
www.actosdeamor.com/inuición.html
http://www.iacat.com/
http://www.wikipedia.org/
http://www.psicologia/-online.com/colaboradores/jenebral/intuicion
www.pulevasalud.com

¿Qué es la terapia Gestalt?


Gestalt es un tipo de psicoterapia por medio de la cual cerramos ciclos inconclusos para aprender a vivir cada día en plenitud sin que estemos recurriendo constantemente a situaciones que ahora son obsoletas y que nos quitan energía para vivir en el presente. Por medio de la terapia Gestalt desarrollamos nuestra capacidad de darnos cuenta de nuestras sensaciones, sentimientos, emociones, pensamientos y acciones. Esta capacidad nos permite estar más en contacto nosotros mismos y con el entorno.

La terapia Gestalt es como una segunda tarea en la vida. La primera tarea fue aprender lo que hasta ahora sabemos: cómo actuamos, sentimos y pensamos. Cumplimos con esta tarea a lo largo de nuestra vida durante la cual aprendemos a estar en el mundo de una forma, a ver la vida a través de nuestros una lente. A partir de que comenzamos una terapia Gestalt somos más conscientes de nuestros actos y, por lo tanto, nos responsabilizamos de ellos. En la terapia gestáltica aprendemos a validar nuestras emociones y sentimientos, dándoles su justo valor, ya que en la vida actual tendemos a concentrarnos en el pensamiento y nos perdemos de la enorme riqueza de las emociones. Mediante la terapia Gestalt “desaprendemos” muchas de las ideas que habíamos adquirido para integrar a nosotros mismos ideas nuevas, que han pasado por nuestro análisis, que hemos digerido, y que aceptamos por voluntad propia, ya no por imposición familiar, social o institucional.


La terapia Gestalt es un camino que nos lleva a ser nosotros mismos, a aceptarnos en las diferentes facetas que nos conforman, a dejar de fingir y de usar máscaras. En fin, puede llegar a ser una filosofía o estilo de vida, muy similar al Zen, en el que nos guiamos por nuestros sentidos más que por nuestra mente, es un regreso a nuestra primera naturaleza, a nuestra esencia. Un proceso terapéutico no siempre es un lecho de rosas, pero la terapia gestalt, por medio de ejercicios, experimentos y dinámicas, nos allana el camino hasta el punto en que incluso este proceso de reaprendizaje y redescubrimiento se puede vivir con alegría.