¿Qué es la intuición?
¿Cómo es que un hombre logra no sólo seducir mujeres sino también hacer que éstas se rindan ante él cual víctimas a la seductora mirada hipnótica de un vampiro y su mordedura? ¿En qué consiste la habilidad que tiene un homosexual para reconocer a otro homosexual rápidamente, en ocasiones con tan sólo una mirada o un encuentro fugaz? ¿Cómo es que algunos niños son capaces de evaluar a una persona como “mala” o “buena” apelando únicamente a su escaso conocimiento lógico del mundo? ¿Cómo es que en ocasiones una persona se despierta a media noche, repentinamente, con la solución al problema que tenía al ir a la cama? La respuesta es sencilla: todos ellos recurren a esa facultad del ser humano tan difícil de explicar a través de la cual accedemos a información y conocimiento que nos guía en nuestro camino de descubrimiento diario y en nuestra constante interacción con el medio, la intuición.
Muchos hemos experimentado esta manera interior de “saber” que en ocasiones se presenta en forma de presentimiento ya sea de que algo no está bien, o de que estamos haciendo lo correcto. Por ejemplo, hay momentos en que nos sentimos inquietos, que tenemos una sensación de desasosiego, que se manifiesta corporalmente como un “no sé qué”, y que más tarde descubrimos está relacionada con algo que olvidamos en casa. En otro momento nos damos cuenta de que debimos haber hecho caso a esa sensación interna de incomodidad que surgió justo cuando aceptamos una oferta hecha por una persona que posteriormente resultó ser un estafador.
Pero, ¿qué es esta sensación de certeza inconfundible e irracional que parece mágica, que en un momento dado simplemente se manifiesta haciendo que podamos ver las cosas con tanta claridad y sepamos las consecuencias de tomar una u otra decisión, o seguir un camino u otro?
Según Goleman (1997), la intuición “podría ser el vestigio de un primitivo y esencial sistema de alarma, cuya función consistía en advertirnos del peligro”. Y así parece ser, nos apoyamos en nuestra intuición para percibir el nivel de confianza que sentimos frente a una persona: ¿me siento respetado, ignorado, valorado o despreciado? Por medio de un sentimiento de inadecuación o inquietud, nuestra intuición nos previene cuando estamos a punto de cerrar un trato que nos parece “demasiado bueno para ser verdad”. Esas “impresiones subjetivas” de que algo no está bien se pueden convertir en nuestra primera línea defensiva si les hacemos caso. La intuición nos permite ver si hay amor, confianza o duda en alguien más.
Para otros, la intuición es el equivalente a una especie de “sentido común” (como opuesto a la razón) y que “los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina” (García Márquez). Si estamos atentos, sensibles y observadores a las señales de nuestro cuerpo, a nuestros sentidos y a nuestras reacciones, el sentido común --lo obvio y aparente, las señales que percibimos, y que vamos adquiriendo con el paso de los años y por medio de la experiencia-- nos envía mensajes útiles para nuestra vida. Después de todo, la intuición podría en parte ser la interpretación que hace nuestro cerebro de las señales recibidas por sentidos en los que normalmente no reparamos. Tendemos a no escuchar a nuestros sentidos; sin embargo, éstos continuamente envían mensajes que sólo pueden manifestarse e interpretarse en forma de intuición, es decir, por medio de un lenguaje diferente que no es ni lógico ni racional.
En psicología y las ciencias cognitivas se le llama intuición al conocimiento que no sigue un camino racional para su construcción y formulación, y por lo tanto no puede ser explicado o incluso, verbalizado. El individuo puede relacionar ese conocimiento o información con experiencias previas, pero por lo general es incapaz de explicar porqué llega a una determinada conclusión. La intuición suele presentarse en forma de reacciones o sensaciones emotivas repentinas a sucesos, más que como pensamientos abstractos elaborados.
Vaughan, una de las más reconocidas escritoras sobre la intuición, (1991) afirma:
La intuición nos permite recurrir a la enorme provisión de conocimientos de los que no somos conscientes, incluyendo no sólo todo lo que uno ha experimentado o aprendido intencionada o subliminalmente, sino también la reserva infinita del conocimiento universal, en la que se superan los límites del individuo.
En la filosofía oriental encontramos también referencias a la intuición. Las anteriores definiciones de intuición coinciden con lo que Buda enseñó con respecto a ésta: La intuición es la fuente de la verdad fundamental y de la sabiduría total. Osho (2004), quien estudió las disciplinas orientales a profundidad, en concordancia con lo expuesto anteriormente, nos dice que la intuición no es algo que se pueda explicar científicamente, dado que el fenómeno de la intuición es irracional: no tiene una causa intelectual, sino que funciona con lo incognoscible. La intuición —el acontecer de lo incognoscible— nos hace sabios a los seres humanos, ya que nos puede dar respuestas a preguntas fundamentales, no verbalmente sino existencialmente. Un fragmento de intuición es lo que llamamos “corazonada”, algo que no se puede probar, que no se sabe por qué se sabe, pero que nos habla en su propio lenguaje, y que se presenta muchas veces como una simple sensación en el estómago.
La intuición es una facultad de observación, es la claridad que en oriente se llama el tercer ojo, aquél que simplemente informa, que refleja lo que es real. Al profundizar y observar, estando alerta y conscientes podemos descubrir la realidad que hay dentro de nosotros mismos. Para Osho (Op. Cit.), intuición (en inglés: in=dentro; tuition=enseñanza) quiere decir algo que surge dentro de nuestro ser, un potencial propio, una sabiduría propia, una visión totalmente personal.
De las ideas aquí expresadas acerca de la intuición, se deriva que ésta es una facultad para percibir lo subjetivo, que se adquiere a lo largo de los años por medio de nuestras vivencias, de nuestro conocimiento lógico, de la percepción interna de nuestras sensaciones, pero que también parece tener un elemento instintivo que nos auxilia en la supervivencia y que nos dice lo que es más conveniente para nosotros, sobre todo en situaciones en las que está en riesgo nuestra seguridad o integridad.
Instinto e intuición
En ocasiones decimos que hacemos las cosas “instintivamente” cuando en realidad queremos decir que las hacemos “intuitivamente”. A pesar de funcionar muy bien juntos, el instinto y la intuición no son lo mismo: el instinto funciona a nivel físico y la intuición en un nivel inexplicable, y por tanto espiritual. Ambos son similares en cuanto a que simplemente se realizan, existen, emergen. Ambos funcionan maravillosa y calladamente, sin hacer ningún ruido. El instinto es físico y está basado en nuestra experiencia de millones de años, por lo tanto es infalible y produce en nosotros milagros de los cuales ni siquiera somos conscientes. Este conocimiento natural —el instinto—, tan negado, desvalorado y atacado, sobre todo por las instituciones religiosas, nos lleva hacia la intuición, nos muestra siempre el camino más relajado y el camino que sigue la vida naturalmente. La negación o represión del instinto trae como resultado la negación del cuerpo y por lo tanto de nuestras sensaciones, y con ello la pérdida de confianza en nuestros sentidos y conocimiento más primitivo (Rodríguez y Serrano, 2002).
Desensibilización
Es a través de las sensaciones corporales que se hacen presentes nuestros impulsos y sentimientos, nuestras necesidades orgánicas y emociones —percepciones de movimientos o acontecimientos corporales internos. Sin embargo, a lo largo de nuestra vida se nos enseña a ignorar, reprimir nuestra experiencia sensorial, emocional y sentimental, y a devaluar nuestros sentidos físicos a favor de nuestro intelecto. Frases como “¡Niño, no seas miedoso!”, “No llores, los hombres no lloran”, “Si lloras te pego”, “Si te enojas ya no te voy a querer”, “Enójate y te va peor”, llevan implícito el mensaje de que “hay que reprimir o negar lo sentido”. La repetición de estos mensajes a la larga ocasiona que desarrollemos un mecanismo de inhibición de respuesta de algunas partes de nuestro cuerpo (musculatura voluntaria) para suprimir las emociones y sentimientos y, por tanto, desensibilizarnos.
Ante una situación que nos aflige y que sabemos que no podemos ni soportar ni cambiar, negamos su existencia, cerramos los ojos ante ella. Al principio la negación es consciente: no es que decidamos negar la realidad de una situación, pero estamos conscientes de que nos causa dolor y de nuestro deseo de evitar ese dolor. Sin embargo, con el tiempo la negación se vuelve inconsciente; es decir, ya no percibimos lo doloroso de la situación, sino que creamos una imagen de la situación agradable o feliz, que nos permite continuar como si todo estuviera perfecto. En este punto, la negación se estructura en nuestro cuerpo a manera de tensiones musculares crónicas y localizadas, es decir, a manera de desensibilización.
Son dos las emociones que principalmente sometemos a una severa inhibición: la tristeza y el miedo, que se caracterizan por la vulnerabilidad que siente la persona que las expresa. Necesitar el amor de alguien deja a la persona vulnerable a un posible rechazo o humillación: “No te amarán”. Rehusarse a sentir, entre otras cosas amor, es una defensa ante la posibilidad de ser herido o sufrir.
Esta negación de los sentimientos del cuerpo, de cierta forma es parecida a la disociación del cuerpo, y por lo tanto de la realidad, que ocurre en la esquizofrenia (frialdad emocional, distanciamiento o aplanamiento de la afectividad), aunque en un grado mucho menor. La esquizofrenia de tipo catatónica es la expresión máxima de la desensibilización. Un catatónico que se mantiene horas en una esquina inmóvil como una estatua ha reprimido todo sentimiento, incluso el dolor, y por ello puede mantenerse inmóvil largos periodos de tiempo. Es como si su cuerpo estuviera en rigor mortis, sin impulso o movimiento interno. Al disminuir su capacidad vital, está anestesiado al dolor.
También la tendencia de la persona narcisista a ser cruel, explotadora, sádica o destructiva con otras personas se debe a su incapacidad para tocar sus propios sentimientos y a su insensibilidad al sufrimiento de los demás: al negar sus sentimientos, niega que los demás puedan sentir (Lowen, 1987).
No obstante, la desensiblización es un fenómeno más común de lo que podemos pensar, sólo que ésta se puede localizar en un continuo que va desde “el grave estado descorporificado de la psicosis hasta la desensibilización más selectiva que la mayoría de nosotros usamos para responder a las incomodidades temporales” (Kepner, 1997).
La desensibilización es uno de los obstáculos que nos impiden desarrollar nuestra intuición. Los sentidos físicos han recibido un entrenamiento: vemos lo que la sociedad, a través de sus instituciones (religiosas y educativas), nos permite ver, oír, tocar. Como consecuencia, hemos perdido gran parte de nuestros sentidos, con ello la habilidad para intuir y la confianza en nuestra intuición. La negación de los sentidos constituye sólo uno de los obstáculos en el desarrollo de la intuición; otro obstáculo es el uso excesivo del intelecto o racionalización (Osho, 2004).
El dominio de la razón
La sociedad occidental y sus sistemas educativos se concentran en el desarrollo del intelecto desde la lógica, lo racional, lo matemático, lo científico y lo calculador —todas ellas funciones del hemisferio cerebral izquierdo. Sin embargo, no promueven lo intuitivo, ilógico, irracional, poético, imaginativo, romántico ni espiritual —todas ellas funciones del hemisferio cerebral derecho. Para lograr la unidad del ser y un grado mayor de realización es necesario que hagamos un puente que integre y conecte ambas funciones: lo masculino y lo femenino, el yin y el yang, la lógica y lo ilógico, lo platónico y lo aristotélico. El uso conjunto de las facultades de ambos hemisferios cerebrales tiene como resultado soluciones mucho más satisfactorias en la vida de las personas. Por ejemplo, si una persona trata de resolver un problema tomando en cuenta tanto la postura racional como la postura emocional, su probabilidad de éxito seguramente será mayor que si únicamente considera una de las dos posturas citadas.
Guía interior
Como resultado del excesivo enfoque en la razón y en las funciones que se rigen por el hemisferio cerebral izquierdo, no nos permitimos creer que tenemos un guía interior con el cual nacemos pero que mantenemos prácticamente paralizado, que no utilizamos. Ese guía interior, nuestra intuición, se manifiesta como una voz interior, como una fuerte sensación o corazonada, una imagen, o bien una energía interior o una vibración. Shakti Gawain (1999) nos dice que la intuición es un sentimiento ‘visceral’ en nuestro interior: la fuente y el origen de nuestra más profunda verdad personal. Si estamos dispuestos a escuchar cuidadosamente este sentimiento, nos guiará en cada paso de nuestra vida.
Si siguiéramos nuestro guía interior es posible que no siempre tuviéramos éxito en el sentido en que el mundo le da al éxito, como gratificación del ego, pero sí en el sentido que algunos grandes maestros espirituales como Buda o Jesús le dan al éxito, aquél que se mide por nuestra felicidad. La persona que vive guiándose por su intuición siempre es feliz tenga éxito o no. Apoyándonos en algo tan nuestro e individual como la intuición, conseguiremos nuestra felicidad, porque ésta en gran medida depende de nosotros mismos. (Osho, 2004). Cuando abandonamos la fijación con la razón o agotamos el intelecto, empieza a florecer la intuición y surge el guía interior: podemos buscar en nuestra energía intuitiva y siempre encontraremos la respuesta adecuada o el consejo adecuado.
“La neurociencia admite que, para que brote la respuesta intuitiva a un problema, antes hemos de haber identificado e interiorizado suficientemente la situación como consecuencia de la inquietud que nos transmite; después, y ya de manera que no nos resulta consciente, hemos de haber incubado la solución. Luego, en cualquier momento, emerge la señal intuitiva ‘lo mismo –como dice Cxikszentmihalyi— que un corcho mantenido bajo el agua sale y salta en el aire cuando se le suelta’; nosotros también la vemos como una burbuja que, al llegar a la superficie, se muestra efímera: hay que estar atentos para captarla. En cualquier caso, una vez que, repentinamente, ha brotado la intuición y se ha reconocido y registrado como tal en la conciencia, es el turno de la razón analítica: el necesario complemento” (Enebral).
Esta noción de dejar a un lado el intelecto una vez que lo hemos agotado, para que así comience a funcionar algo diferente que racionalmente nos es incomprensible, coincide con la afirmación de Osho (2004) de que, en la solución de problemas, primero debemos concentrarnos en lo masculino: lo intelectual, lo racional, la actividad, lo agresivo, y después recurrir a lo femenino: el dejar que aparezca una corazonada, un destello de intuición, alguna luz desde lo desconocido, la espera paciente, el dejar ser. El funcionamiento integrado de lo masculino y lo femenino, del hemisferio izquierdo y el derecho, las dos mentes convertidas en una, es el camino que nos lleva a la sabiduría personal.
Visión holística de la intuición
Al utilizar “la reserva infinita del conocimiento universal” (Vaughan, 1991), la intuición es en parte como el instinto, infalible, siempre nos muestra el camino natural que sigue el universo. Al ser una “interpretación que hace nuestro cerebro de las señales recibidas por sentidos en los que normalmente no reparamos” (Day, 1997), la intuición es en parte sensación. El intelecto es un instrumento al servicio del todo que hay que usar para pasar del instinto a la intuición; sin embargo, cuando el intelecto pasa de ser un siervo a ser un señor, se vuelve peligroso: el hombre que es completamente lógico, cuerdo, razonable, que nunca se permite nada ilógico en su vida se encuentra limitado. Los argumentos nos pueden llevar hasta un punto determinado, pero más allá de éste, necesitamos las corazonadas, es decir, la intuición. (Osho, 2004).
A partir de lo aquí expuesto, podemos afirmar que el instinto, la sensación, la emoción, los sentimientos, el intelecto y algo inexplicable que se encuentra en el centro de nuestro ser, son partes constitutivas de la intuición que están en constante contacto e interrelación para producir una forma de sabiduría personal que, a pesar de no ser científicamente comprobable como muchos otros fenómenos humanos, existe y basta con observar detenidamente su funcionamiento para darse cuenta de ello.
Mientras que esto (el dominio intuitivo) es el área menos definida del funcionamiento humano, es probablemente el área que más promete para la continuidad y satisfacción de la raza humana. Todas las demás áreas facilitan el apoyo y son apoyadas por esta área de funcionamiento. A medida que cada área se desarrolla hacia niveles más altos, las funciones intuitivas y creativas se hacen más disponibles (Clark, 1979 en IACAT).
Ahora bien, la intuición es una facultad que se puede desarrollar si removemos los bloqueos perceptuales, sensoriales e intelectuales y confiamos mucho más en la sabiduría ancestral de nuestro cuerpo, como propone la terapia Gestalt. El hacer esto sería el punto de partida para lograr una mayor apreciación de esta facultad y su utilización en nuestro beneficio, siempre haciendo caso de nuestro yo interno y confiando en él.
Intuición y Terapia Gestalt
Los enfoques terapéuticos por medios corporales o emocionales como el de la Gestalt, la bioenergética, el rebirthing y el focusing, entre otros, logran una mayor unidad de los hemisferios cerebrales que los enfoques meramente verbales como el psicoanálisis o la psicoterapia cognitivo-conductual. La terapia Gestalt, en respuesta a la “hemiplejia cultural” resultado de la sobrevaloración del hemisferio cerebral izquierdo, es una terapia que intenta “rehabilitar” las funciones del hemisferio cerebral derecho que, al estar conectado de manera privilegiada al sistema límbico (que rige las emociones), está relacionado con la música, la poesía, los sueños, lo subjetivo, las emociones, los deseos, el contexto holístico y sistémico del entorno, en el cual todos los elementos son interdependientes (Ginger, 2005). La intuición, al igual que el Zen y Gestalt, es artística, femenina, receptiva, no agresiva, y por lo tanto una función primordial del hemisferio derecho.
En terapia Gestalt aprovechamos la sabiduría de las historias, parábolas y anécdotas, todas ellas expresiones del hemisferio derecho (Osho, 2004). Trabajamos con impresiones subjetivas, con las señales que recibe el paciente, los mensajes que recibe de su cuerpo y con las señales que los terapeutas percibimos a través de su fenomenología. Por medio del trabajo corporal y el desarrollo de la conciencia de las sensaciones, emociones y sentimientos, en terapia Gestalt accedemos a lo que Vaughan (Op. Cit) en su definición de la intuición se refiere como “la reserva infinita de conocimiento universal que se materializa en el cuerpo por medio de la atención a las propias sensaciones”.
La primera fase en el trabajo en terapia Gestalt es la relacionada con la sensibilización, ya que a partir de este trabajo surgen las necesidades, emociones, deseos y asuntos inconclusos. En las personas muy desensibilizadas nos percatamos del aplanamiento afectivo y de la ausencia de placer en su vida. La sensibilización es una recuperación de los sentidos que habíamos negado, mayormente por temor a sufrir o a la sensación del vacío. Cuando inhibimos nuestras sensaciones no somos capaces de conocer nuestras necesidades, deseos o emociones, por lo tanto no podemos alcanzar nuestra satisfacción en el campo en el que interactuamos y nos convertimos en neuróticos: “El neurótico es una persona que no confía en sus sentidos” (Yonteff, 1995). En terapia Gestalt el paciente siente y penetra en sus sensaciones y sentimientos para iniciar el trabajo y de esta manera toma contacto con señales recibidas por sentidos en los que normalmente no repara, como las sensaciones internas de su vientre o la opresión en el pecho, lo cual le facilita la utilización de su conocimiento interno y personal, es decir, su intuición.
Además de observar la fenomenología del paciente, en terapia Gestalt trabajamos con los sucesos internos o del mundo de la experiencia interna del paciente: sensaciones, percepciones, imaginación, pensamientos. El “darse cuenta” es una ampliación de la percepción, es tener conciencia de las propias emociones. El paciente escucha lo que viene desde dentro de él mismo, espera pacientemente a que aparezcan las respuestas desde su interior, el significado vivenciado de su cuerpo, de igual manera que la persona intuitiva se mantiene en contacto con su experiencia interna.
Al igual que la persona intuitiva, quien no sabe cómo es que sabe la respuesta a algún dilema, el paciente gestáltico, en la fase de sensibilización, puede decir con mucha más certeza “lo que pasa”, y se le invita a que reste importancia a “por qué pasa”, privilegiando el “qué” y evitando el “por qué”, que lleva a racionalizaciones y justificaciones que a su vez mantienen al paciente alejado de su verdadera experiencia. (Gendlin, 2002).
El uso excesivo del lenguaje, llamado verborrea, obstaculiza el contacto real con nuestras sensaciones, resistiéndonos a lo único verdaderamente real que es nuestra propia experiencia directa, manteniéndonos en la falsedad y prescindiendo de nuestro verdadero ser y de nuestro poder. La intelectualización es una negación de la manera natural de ser mediante la cual nos volvemos estructurados y artificiales. Tanto para la terapia Gestalt como para el desarrollo de la intuición el abuso del intelecto es un obstáculo que nos limita y nos aleja del aquí y el ahora (condición esencial para seguir nuestra intuición).
La terapia Gestalt y la intuición son femeninas: en terapia Gestalt el paciente descubre por sí mismo algunos aspectos de su personalidad y su propio potencial para así resolver conflictos y dilemas; la intuición consiste en recurrir al propio ser interno para encontrar respuesta a cuestionamientos acerca de qué camino seguir y cómo actuar. Fritz Perls (Yonteff, 1995) solía decir que “nunca sabe uno más que la persona que se encuentra en el asiento incómodo”. De la misma manera, la intuición es una sabiduría interna y personal a la que podemos tener acceso si la desarrollamos.
El terapeuta Gestalt es un maestro, un guía, que acompaña al paciente en un proceso que va de una primera fase en la que el paciente recibe apoyo externo (del terapeuta) a una segunda fase en la que el paciente encuentra apoyo en él mismo. La intuición es lo que en oriente se ha llamado el gurú interior, el maestro interior; una vez que ha empezado a funcionar ya no necesitamos acudir a ningún otro gurú externo para pedirle consejo (Osho, 2004).
La terapia Gestalt es pluridimensional u holística ya que considera la dimensión física o corporal (sensaciones), la dimensión afectiva (emociones y sentimientos), la dimensión racional (intelecto y los dos hemisferios cerebrales), la dimensión social (entorno) y la dimensión espiritual (lugar y sentido del hombre). De igual manera, la intuición es pluridimensional ya que está conformada por elementos corporales, afectivos, racionales, sociales y espirituales (Ginger, 2005). Salama (1992) define el continuo de conciencia como la “integración de las tres zonas de relación”, es decir, la zona interna sensaciones, emociones y sentimientos), la zona de la fantasía (pensamiento) y la zona externa (acción sobre el entorno). El uso de la intuición implica la integración de estas tres zonas de relación y el libre fluir de la energía.
El terapeuta Gestalt utiliza sus facultades intuitivas cuando lo desea para hacer un diagnóstico de lo que el paciente “pide” trabajar en una determinada sesión. De acuerdo con Berne (1962), “el terapeuta intuitivo es curioso, despierto, interesado y receptivo hacia las comunicaciones latentes y manifiestas de sus pacientes”, todas ellas cualidades que generalmente se encuentran en un terapeuta Gestalt.
ConclusiónLa intuición es una facultad que ha sido utilizada a través de los siglos por inventores, artistas, creadores e incluso científicos, como Einstein, en la resolución de problemas y propuestas innovadoras. Para cuestiones prácticas de la vida diaria la intuición es de gran utilidad, ya que es una guía de ruta infalible a la que muchas personas recurren. Es una facultad por muchos utilizada dentro del campo de la psicoterapia, pero que también es en muchas ocasiones descalificada, sobre todo por los terapeutas más académicos.
Esta facultad, que la educación moderna no estimula habitualmente, no es una habilidad “supranormal” con la que cuentan sólo unos cuantos afortunados. Más bien, como ya expuse anteriormente, la intuición parece estar íntimamente ligada a los procesos de percepción, el desarrollo de la sensibilidad y al funcionamiento del hemisferio cerebral derecho. El pensamiento lógico (función del hemisferio cerebral izquierdo) parece interferir en su surgimiento y desarrollo, distorsionando o negando algunos de los mensajes que la intuición nos envía por medio de nuestro cuerpo. Prueba de esto es que los niños utilizan mucho más su intuición que los adultos y se dejan llevar mucho más por ella, ya que no tienen tan marcada la interferencia de elementos introducidos por la educación como son la influencia paterna, por medio de los introyectos, y el pensamiento lógico, que es el modelo imperante en las instituciones educativas.
La terapia Gestalt es una terapia que se concentra en el desarrollo de las funciones del hemisferio derecho y que estimula el desarrollo de la intuición. La primera tarea de nuestra vida es el aprender a estructurar el mundo de la forma en que los demás lo ven, generalmente desde el pensamiento lógico. El trabajo realizado en terapia Gestalt es una segunda tarea en nuestra vida: acceder a nuestra primera naturaleza, aquélla en la que, al igual que los niños, confiamos mucho más en nuestros sentidos, escuchamos los mensajes de nuestro cuerpo y creemos en lo irracional. La intuición es más importante de lo que parece, por lo que todos, y sobre todo los terapeutas, debemos resucitar esta facultad si queremos caminar por la vida con el aplomo y seguridad que nos da el saber que siempre está ese recurso interior que nunca nos dejará solos, a menos que por voluntad propia renunciemos a su compañía.
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